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06 diciembre 2011

¿Qué es el simbolismo?








Los siete Cielos y la tierra,
y todo lo que hay en ellos Lo glorifican,
y no hay nada que no Lo glorifique con alabanzas;
pero vosotros no entendéis su glorificación.

Corán, XVII: 44 





El Versículo citado es una respuesta a la pregunta del título; además, justifica hasta cierto punto el escribir este capítulo, ya que la glorificación que una cosa hace de Dios - y que vosotros no entendéis - es precisamente su simbolismo. Esto puede decirse del "dicho sagrado" islámico (llamado así porque en él la Divinidad habla por boca del Profeta): Yo era un Tesoro oculto, y quise ser conocido, por eso creé el mundo. Así pues, el universo y su contenido fueron creados para dar a conocer al Creador y dar a conocer lo bueno, es alabarlo; la manera de darlo a conocer es reflejarlo o dibujar su sombra, y un símbolo es el reflejo o sombra de una realidad superior.



También puede derivarse la doctrina del simbolismo a partir de otros versículos en los que el Corán afirma que hasta la más mínima cosa ha sido envidada según una medida finita desde los Depósitos o Tesoros del Infinito, enviada más como un préstamo que como un regalo, pues nada aquí abajo puede durar, y todo debe volver al final a su Fuente suprema. En otras palabras, el Arquetipo es siempre el Heredero que hereda el símbolo en el cual Él mismo Se ha manifestado: No hay nada cuyos tesoros no estén con Nosotros, y no lo enviamos sino con medida calculada... y en verdad somos Nosotros quienes damos la vida y damos la muerte, y somos el Heredero (XV: 21,23). Podemos asimismo citar la siguiente definición coránica de la Divinidad: Él es el Primero y el Último, y el Exteriormente Manifiesto y el Interiormente Oculto (LVII: 3). El primero, el segundo y el cuarto de estos nombres tienen relación con el Tesoro oculto. El Exteriormente Manifiesto, por otro lado, se explica parcialmente con las palabras: Dios no creó los cielos y la tierra y cuanto hay entre ellos sino con la Verdad y con un término fijado (XXX: 8).Puede decirse, pues, que el tejido todo de la creación es una trama de Eternidad y fugacidad, de Infinitud y finitud, de Absolutidad y relatividad.



El hombre mismo tal como fue creado - el Hombre Verdadero, como lo llaman los taoístas - es el más grande de los símbolos terrenales. La doctrina universal de que fue hecho a imagen de Dios (Génesis I: 27) apunta a esa preeminencia: el hombre es el símbolo de la suma de todos los atributos, es decir, de la Naturaleza divina en su Totalidad, la Esencia, mientras que las criaturas animadas e inanimadas de la naturaleza a su alrededor reflejan sólo un aspecto, o algunos aspectos, de aquella Naturaleza.  



Tomados juntos, todos estos símbolos constituyen el gran mundo exterior, el macrocosmos, cuyo centro es el hombre, como representante de Dios en la tierra; y ese centro mismo es un mundo pequeño, un microcosmos, análogo punto por punto al macrocosmos, que constituye, como él, una imagen total del Arquetipo. 



Es por medio de su centro como un mundo se abre a todo aquello que lo trasciende. Para el macrocosmos, el hombre es dicha apertura; para el microcosmos, es centro el Corazón del hombre. No el órgano corporal de este nombre, sino la facultad central de su alma, que, dada su centralidad, debe considerarse por encima y más allá del ámbito psíquico. La apertura del Ojo del Corazón, o el despertar del Corazón, como lo llaman muchas tradiciones, el lo que distingue al hombre primordial - y por extensión al Santo - del hombre caído. La importancia de esta apertura interior puede comprenderse a partir de la relación entre el sol y la luna, que simbolizan respectivamente el Espíritu y el Corazón: así como la luna mira hacia el sol y transmite algo de su irradiación a la oscuridad de la noche, así el Corazón transmite la luz del Espíritu a la noche del alma. El Espíritu mismo está abierto a la Fuente suprema de toda luz, manteniento, para alguien cuyo Corazón esté despierto, una continuidad entre las cualidades divinas y el alma, un rayo que desde Ellas pasa a través del Espíritu hasta el alma, desde la cual se difunde en refracción múltiple por los diversos canales de la sustancia psíquica. Las virtudes que de esta manera se imprimen en el alma no son, pues, sino proyecciones de las Cualidades, e inversamente, cada una de estas imágenes proyectadas se halla consagrada por la intuición de su Arquetipo divino. En cuanto a la mente, con su razón, imaginación y memoria, una cantidad de la "luz de luna" que recibe del Corazón para hasta los sentidos y, por ellos, en último lugar, hasta los objetos exteriores que estos ven, oyen y sienten. En este contacto extremo, el rayo invierte su dirección, pues las cosas del macrocosmos son reconocidas como símbolos, es decir, como manifestaciones emparentadas con el Tesoro oculto, cada una de las cuales tiene su equivalente en el microcosmos. Dicho de otra manera: todo era transparente para el hombre primordial, tanto lo interior como lo exterior; al percibir un símbolo percibía su Arquetipo. Era, pues, capaz de regocijarse de estar exteriormente rodeado e interiormente adornado por Presencias divinas.



Comer el fruto del árbol prohibido fue vincularse al símbolo por sí mismo, dejando de lado su significado superior. Esa violación de la norma limitó el acceso del hombre a su centro interior, y el consiguiente enturbamiento de su visión le impidió seguir cumpliendo su función de mediador entre el Cielo y la tierra. Pero a la caída del microcosmos, el macrocosmos permaneció incólume, y aunque sus símbolos se habían vuelto menos transparentes para la percepción del hombre, conservaron en sí mismos su perfección original. Sólo el hombre primordial le hace justicia a esa perfección, pero al mismo tiempo es independiente de ella, por ser él mismo un símbolo de la Esencia divina, que es absolutamente Independiente de las Cualidades divinas. El hombre caído tiene por otro lado una lección que aprender del gran mundo exterior que lo rodea: sus símbolos le ofrecen una iluminación que le servirá de guía en su camino de regreso hacia lo que ha perdido, pues la perfección de aquellos puede estimular el perfeccionamiento de las correspondencias que dentro de él han sufrido los efectos de la Caída. Las nubes del macrocosmos nunca son permanentes, vienen y van; las luminarias brillan todavía, y las direcciones del espacio no han perdido nada de su inmensidad. Pero en el hombre caído el alma ya no es la vasta extensión del Infinito que estaba destinada a ser, y el firmamento interior se halla velado. Este velo es el resultado decisivo de la Caída, que no interrumpió la comunicación entre alma y Espíritu, entre la percepción humana y los Arquetipos, sino que interpuso una barrera más o menos opaca (cada vez más opaca por lo que toca a la mayoría, pues este aumento es la degeneración gradual que tiene lugar inevitablemente a lo largo de cada ciclo de tiempo). Pero en el contexto de nuestro tema la barrera puede y debe ser descrita como más o menos transparente, ya que sería ocioso hablar de simbolismo si no pudiera haber al menos una intuición, por débil que fuera, de los Arquetipos. Además, la ciencia de los símbolos está íntimamente relacionada con el camino de regreso, que, al ir en contra de la corriente cíclica, equivale a un aumento de la transparencia.



Si bien los símbolos del macrocosmos, tomados en su conjunto o por separado, le recuerdan al viajero espiritual la perfección perdida del hombre, podría decirse que los recordatorios más directos son los microcósmicos, es decir, el Hombre Verdadero mismo, personificado por los Profetas, los Santos y, más inmediatamente, el Maestro espiritual vivo. Pero aunque sin cuda hay en esto mucha verdad, sería una simplificación reducir en algún sentido absoluto los símbolos macrocósmicos a un segundo lugar en cuanto a su importancia espiritual para el hombre, ya que mucho dependerá del individuo y de las circunstancias. Además, la alteridad, al igual que la semejanza, tiene su propio impacto especial. El Corán afirma la eficacia de ambos: Les mostraremos Nuestros signos en los horizontes y dentro de ellos mismos (XLI: 53).



Consideremos por ejemplo la virtud de la dignidad, que puede describirse como majestad en reposo y que el hombre, para ser fiel a su anturaleza, debe tratar de perfeccionar en sí mismo junto con las otras virtudes que reflejan las otras Cualidades divinas. El cisne encarna sólo un aspecto en particular de la dignidad, pero lo hace a la perfección, y aislando así esa perfección se convierte para el hombre en una impresión limpiamente definida que es más irresistible por presentarse en una modalidad no-humana, es decir, en una modalidad que está más allá de nuestro alcance. Este mismo hecho de situarse "más allá" puede prestar alas, desde el punto de vista del observador, para el retorno al Arquetipo. Lo mismo puede decirse de todos los grandes símbolos terrenales no humanos, como el cielo, la llanura, el océano, el desierto, la montaña, la selva, el río y cuanto ellos abarcan, cada cosa una "palabra" elocuente de esa lengua compartida por los miembros de las razas blanca, amarilla y negra.



Dado que nada puede existir sino en virtud de su raíz divina, ¿quiere esto decir que todo es un símbolo? La respuesta es sí y no, sí por la misma razón dada, y no porque "símbolo" quiere decir "señal" o "prenda", lo cual implica un poder operativo de evocar algo, precisamente su Arquetipo. Podemos decir a la luz del versículo citado al comienzo, y no hay nada que no Lo glorifique con alabanzas, que el que algo pueda ser llamado simbólico o no dependerá de sí la "alabanza" es fuerte o débil. La palabra símbolo se reserva normalmente para lo que es especialmente impresionante en su "glorificación".




Martin Lings: "¿Qué es el simbolismo?"














Aquí puedes escuchar música iraní: 



Shashram Nazeri







Iranian sounds of peace








05 diciembre 2011

Mundo exterior / Mundo interior







Esta frontera entre materia inerte y materia viva constituye también la frontera donde termina el pensamiento científicamente fundamentado y comienza el reino de la imaginación y de la fe. En ese lugar surge la pregunta de si cabe atribuir la formación de la célula primordial a una casualidad en la que coincidieron moléculas en gran número y conformaron la estructura altamente organizada de la célula, o si la célula surgió respondiendo a un plan; la pregunta se plantea de este modo: ¿Es el origen de la vida un acontecimiento casual, puramente material o un acontecimiento planeado, es decir, espiritual? Parece inconcebible que una formación tan complicada, con tan alto grado de estructuración y de organización, como una célula, haya podido surgir de forma puramente casual. Parece evidente - y justamente aquí comienza la fe - que la célula primordial en su aparición obedecía a un plan. A su vez la célula primordial encierra en su núcleo celular un plan, el plan para su autorreproducción, la característica específica de la vida. Un plan encarna una idea y una idea es espíritu.



De hecho los átomos, el material constitutivo de la célula primordial, son ya, igual que ésta, formaciones altamente organizadas. Representan una especie de micorcosmos al que no cabe imaginar como producto de una casualidad. 



Es un hecho notable que la más pequeña unidad estructurada de materia inerte, el átomo, y la más pequeña unidad estructurada de los organismos vivos, la célula, presenten el mismo plan organizativo. Ambos constan de envoltura y de núcleo. El núcleo representa en ambos, en los átomos y en las células, el componente más esencial. En el núcleo del átomo se concentran las propiedades características de la materia, masa y peso, y el núcleo de la célula contiene en sus cromosomas los elementos fundamentales de la vida, el código genético, los factores de la herencia.   



Puesto que un origen y en un transfondo espiritual del universo  es decisiva la hipótesis de que no se puede atribuir a la casualidad el origen de formas tan altamente desarrolladas, como el átomo y la célula, hay que reforzar esta suposición con una metáfora que salte a los ojos. Como ejemplo del origen de una forma altamente especializada puede aducirse la construcción de una catedral; pero cabría encontrar otros innumerables ejemplos para este fin. 



Supongamos que en algún sitio estuviese todo el material de construcciòn para levantar una catedral, incluso las instalaciones técnicas y la energía necesaria. Sin la idea de un arquitecto, sin sus planes y sin su dirección, no surgiría jamás una catedral.



Estas reflexiones deben tener también validez para la aparición del átomo y de las células vivas, que son formaciones esencialmente más complicadas, y en muchas cosas, más sutilmente pensadas que una catedral.



Si ni siquiera respecto de una célula, la unidad más pequeña de los organismos vivos, es pensable un origen casual, tanto menos lo es respecto de las innumerables formas superiores de vida del reino vegetal y animal. Para la validez deductiva de estas reflexiones es totalmente irrelevante si la evolución de las plantas primitivas a plantas con floración, o la evolución de los reptiles a aves o a mamíferos, se produjo a través de mutaciones paulatinas o a través de grandes saltos; del mismo modo es totalmente intranscendente en qué periodos ocurrió, pues cada nuevo organismo vivo representa la transposición de un plan, de una nueva idea, a la realidad.



Quisiera recurrir una vez más a la metáfora de la catedral. Del mismo modo que la catedral irradia la idea y el espíritu de su arquitecto, así se hacen patentes en cada organismo vivo la idea y el espíritu de su creador. Cuanto más diferenciada, complicada y altamente desarrollada es la forma de una creación, tanto mayor es el contenido espiritual que puede expresarse a través de ella. 



El organismo más altamente desarrollado, más diferenciado, más complicado de la evolución, es el ser humano; esto quiere decir que los hombres dicen más acerca de su creador que todas las demás criaturas. El cerebro humano con sus catorce mil millones de células nerviosas, cada una de las cuales está conectada con otras seiscientas mil células nerviosas, representa la forma de vida más complicada y más altamente organizada de nuestro universo conocido. El elemento espiritual, que inlcuso en la célula primordial manifiesta el espíritu de su creador a través de la idea y del plan organizativo de la misma, ha logrado en el cerebro humano su máximo y más sublime despliegue. En el espíritu humano, que en nuestra metáfora llamamos "receptor", ha alcanzado su perfección. Las facultades espirituales se han desarrollado en el receptor humano hasta un grado tal que éste es capaz de ser consciente de sí mismo. En el hombre, en la parte más altamente desarrollada de la creación, la creación se hace consciente de sí misma.



En nuestra metáfora emisor / receptor cabe expresar esto de la siguiente forma: en tanto materia, el cerebro humano es parte del universo material y, por ello, el cerebro es parte del emisor. Pero la idea y el plan organizativo del cerebro se han desarrollado hasta constituir la facultad espiritual que hemos definido como receptor. Esto significa que materia y espíritu, emisor y receptor, se encuentran mutuamente fundidos en el cerebro humano, que el dualismo emisor / receptor no existe en realidad. Emisor y receptor no son más que construcciones conceptuales de nuestro intelecto, instrumentos valiosos y útiles, que se han empleado en las reflexiones precedentes para comprender racionalmente el mecanismo por el que surge su realidad humana.



La metáfora acerca de la  realidad en términos de emisor / receptor demuestra que para que uan idea exista, para que se haga realidad en el espacio exterior, debe ser manifestada en alguna forma de materia y energía. Muestra que toda forma creada del espacio exterior, desde el átomo a la célula viva, hasta las innumerables formas de organismos vivos del reino vegetal y animal, las flores y los hombres, desde los planetas hasta los soles, hasta las galaxias, cada una de estas formas creadas representa la realización de una idea. Plantear la pregunta acerca del origen de todas estas ideas, acerca del esríritu - creador que ha producido  e impregna todas estas formas, significa plantear la pregunta acerca del origen de todo el ser.



En la historia de la creación del Evangelio de Juan se dice: "En el principio existía la Palabra y la Palabra estaba con Dios y Dios era la Palabra". La traducción del "Logos" griego que figura en el original por "Palabra" es discutida. "Logos" podría ser traducido también por "Idea". "En el principio existía la Idea ..."




"Mundo exterior, mundo interior"
Albert Hofmann









(*) El Dr Albert Hofmann es mundialmente conocido como descubridor del mítico LSD - 25 al margen de su historial científico  e investigador. Fue miembro, entre otras instituciones, del Comité del Premio Nobel y de la Academia Mundial de Ciencias.




04 diciembre 2011

Ghislaine Gualdi / Omnia










Cuando morís os encontrais en un plano que representa exactamente el mismo nivel que aquel que habéis conquistado a través de vuestras experiencias terrestres. Al morir, el que deja el cuerpo parte impregnado de nociones inscritas en la memoria que se han alojado primero en su memoria cerebral y luego en la memoria - base del alma, en el plano mental inferior.




Diferentes zonas vibratorias que corresponden a fases de actividad y a grados de evolución del hombre. Inmediatamente, cada uno es proyectado a la zona vibratoria correspondiente, cómo cuando captáis una emisora de radio que captáis aquella que vuestra emisora ha sintonizado, e inmediatamente uno es enviado a la zona vibratoria correspondiente y allí, inconscientemente, de manera natural, uno proyecta sus memorias, su substancia, y vive en el interior de esa substancia. Por eso, al morir, el fallecido encuentra el mismo decorado, las mismas personas, el mismo ambiente que tenía durante su vida terrestre. Es decir, que la Ilusión persiste. El muerto no es alguien que por fin encuentre la Verdad, que por fin alcance un grado superior de ser. No. Seguís siendo lo mismo que erais, por proyección. El mundo astral es un mundo fenoménico, un mundo de espejismo, un espejismo que, si no se sale fuera de él, no hace más que perder al ser humano.



Así pues, al morir, uno encuentra su espejo. Según vuestro grado de evolución, el espejo va a reflejar una cosa u otra, permitiéndoos una acción mayor o menor, o haciendo que os durmáis profundamente; pues hay personas que al morir no pueden permanecer activas en el plano astral; su ilusión es demasiado espesa. En la espiritualidad llamamos "sueño" a todos los planos de insconsciencia. Vosotros mismos estáis en planos de inconsciencia y de sueño, en relación a la Realidad que tenéis que descubrir de vosotros mismos. Así pues, hay planos en los que los muertos están en un estado de sueño profundo. En ese caso, después de cierto tiempo, son los Señores del Karma los encargados de despertarles y decirles que es el momento de re-encarnar, en tal país, tal raza, tal hogar, tal tipo de experiencia, pues han de adquirir un tipo de conciencia superior. A medida que evolucionan van siendo, al morir, cada vez más conscientes, debido a que han desarrollado una mayor conciencia en la Tierra. Y así pueden llegar a mantener, a veces, relaciones con los terrestres que siguen vivos. Poder entrar en contacto con el espíritu de un muerto es la prueba de que ese espíritu ha ido un poco más lejos que los otros en la evolución de su conciencia. De otro modo, es imposible hacer contacto con él. Él duerme. Y cuanto más se desarrolla el individuo, más vive su muerte de manera consciente. Mientras que los otros tienen la impresión de caer en un agujero, en un vacio oscuro, pues se duermen inmediatamente. Por eso, instintivamente, los seres humanos tienen miedo de la muerte, cómo de una "nada". ¿Por qué?  Porque en la mayor parte de las experiencias de los hombres con la muerte, se trata de entrar en una nada, mientras que la vida física representaba el único momento en que podían "vivir", "actuar", "ser". La muerte era un sueño. Por eso se asocia la muerte con las tinieblas, el inconsciente, la nada. Cada vez que un hombre evoluciona, entra más conscientemente en la muerte, no se duerme, no es enviado al inconsciente, es enviado a un plano de vida, a un plano del astral superior. Y para alguien todavía más evolucionado, no se trata ya de transitar por el plano astral, sino que es enviado por encima del plano astral, en su "cuerpo espiritual". Alcanza otra dimensión. No se halla ya en el reino de la muerte. Pasa de una dimensión a otra. Es lo que sucede en el caso de los verdaderos Iniciados. Por eso se puede decir que ellos no mueren. 




Puede parecer muy lejano el día en que el ser humano vivirá en su cuerpo espiritual. Y, sin embargo, es fácil. Ya lo podéis lograr fácilmente. Basta con estar atento a la Realidad, a esa noción de la otra dimensión. Si vivís cada vez más de acuerdo a las armonías de esa otra dimensión creáis el puente con ella y al morir despertáis y nacéis en esa otra dimensión. Eso quiere decir que la muerte en la Tierra significa nacimiento en otra parte. Más adelante, cuando necesitáis todavía proyectaros en la materia, morís a esa otra dimensión para nacer en la Tierra. Lo que hace que no haya muerte, sino sólo cambio de forma para ir a tal o cual lugar o aspecto de la manifestación. Del mismo modo que al hacer deporte o ir de fiesta cambiáis de vestido, así al ir a la Tierra os poneis el vestido de carne y al ir a otra dimensión os ponéis el vestido de luz. Es así de simple. 




El miedo tiene lugar por tener que pasar por el astral para alcanzar algún día la otra dimensión. Pero en el astral no sólo hay gente que duerme; eso sucede sobre todo en el bajo astral; la gente que duerme es sobre todo la gente "profana" especialmente aquellos que han cometido muchos errores, porque Dios es perdón y los Señores del Karma, aunque sean temidos, son perdón. Un hombre cargado de tinieblas por haber actuado negativamente, un hombre cargado de crímenes, o un suicida al final de su desorientación no van a permanecer todo el tiempo hasta su nueva encarnación frente a todas esas memorias. Sería una tortura demasiado grande y se les evita mediante el sueño de su conciencia. Se pone un velo sobre su espejo y así se duermen. No se les despierta más que para su encarnación. 




Ahora bien, poco a poco se va adquiriendo conciencia y algunos llegan a poder continuar tras la muerte algún trabajo con los terrestres vivos desde allí. Y así pueden enviar mensajes o proteger a sus hijos o a sus vecinos, o elegir estudiantes o inspirar ideas en tecnología, arte o lo que sea. Y así participan en la evolución del mundo.               




G. Gualdi (fragmentos de una conferencia / canalización)







  




Rabindranath Tagore











Fue tu voluntad hacerme infinito.
Este frágil vaso mío tú lo derramas una y otra vez,
y lo vuelves a llenar con tu nueva vida.


Tú has llevado por valles y colinas esta flautilla de caña,
y has silbado en ella melodías eternamente nuevas.


Al contacto inmortal de tus manos
mi corazoncillo se dilata sin fin en la alegría,
y da vida a la expresión inefable.


Tu dádiva infinita sólo puedo cogerla con estas pobres manitas mías.
Y pasan los siglos, y tú sigues derramando,
y siempre hay en ellas sitio para llenar.














La libertad no está para mí en la renunciaciòn.
Yo siento su abrazo en infinitos lazos deleitables.


Siempre estás tú escanciándome,
llenándome este vaso de barro, hasta arriba,
con el fresco brebaje de tu vino multicolor, de mil aromas.


Mi mundo encenderá sus cien distintas lámparas en tú fuego,
y las pondrá ante el altar de tu templo.


No; nunca cerraré las puertas de mis sentidos.
Los deleites de mi vista, de mi oído y de mi tacto soportaran tu deleite.



Todas mis ilusiones arderan en fiesta de alegría,
y todos mis deseos maduraran en frutos de amor.















Si no hablas llenaré mi corazón de tu silencio, y lo tendré conmigo.
Y esperaré, quieto, como la noche en su desvelo estrellado,
hundida pacientemente mi cabeza.


Vendrá sin duda la máñana. Se desvanecerá la sombra,
y tu voz se derramará por todo el cielo, en arroyos de oro.


Y tus sombras volarán, cantando, de cada uno de mis nidos de pájaros,
y tus melodías estallarán en flores, por todas mis profusas enramadas.



Rabindranath Tagore










Aqui puedes escuchar música de sitar: Ravi Shankar / Anoushka Shankar









15 noviembre 2011

Maestro Eckhart: El fruto de la nada







Eckhart dice: hay gente sobre la tierra que engendra a Nuestro Señor espiritualmente así como su madre lo engendró corporalmente. Se le preguntó quienes eran esas gentes. Y entonces dijo: están vacías de las cosas y contemplan el espejo de la verdad y han llegado a ello sin saberlo; están en la tierra pero su casa está en el cielo y se hallan en paz: caminan como los niños.




El Maestro Eckhart dice: quien está solo siempre, es digno de Dios y quien está siempre consigo mismo, Dios está con él. Y quien siempre se halla en un ahora presente, Dios Padre engendra en él a su Hijo, sin descanso.





Maestro Eckhart, el Predicador, dijo también: jamás hubo mayor virilidad, mayor guerra, ni mayor combate, que olvidarse de sí mismo y perderse.




Quien quiera llegar a ser lo que debería ser debe dejar de ser lo que es ahora. Cuando Dios creo a los ángeles, el primer instante que tuvieron fue aquel en el que vieron el ser del Padre y cómo el Hijo sale del corazón paterno: exactamente cómo una rama verde sale de un árbol. Han disfrutado de esa contemplación durante más de seis mil años pero en el día de hoy no saben más que en el momento en que fueron creados. Y esto es a causa de la grandeza del saber, de manera que cuanto más se conoce, menos se comprende.











Aquí puedes escuchar canto gregoriano:








13 noviembre 2011

Re-imaginar la psicología







Por falacia naturalista quiero dar a entender la costumbre psicológica de comparar los hechos de la fantasía con otros hechos similares que tienen lugar en la naturaleza. Tendemos a juzgar las imágenes cómo buenas o malas (positivas o negativas) basándonos principalmente en los criterios del naturalismo. Cuanto más parecida a la naturaleza sea una imagen, más positiva resulta; cuanto mñas distorsionada, más negativa. De manera similar a su hermana la falacia filosófica, la falacia naturalista de la psicología también reivindica que su forma de ser en la naturaleza constituye el modelo de cómo debería ser en los sueños.



Pero la naturaleza no puede ser la guía para comprender el alma. Entender los sueños en términos de su parecido con la naturaleza simplifica tanto la naturaleza cómo el significado espiritual y psíquico de los sueños, al encontrar analogías de lo que se representa en las imágenes oníricas solamente en el reino de la naturaleza. Un suceso de la naturaleza puede compararse de hecho con otro, y por eso vemos deformidades y patologías. Un olmo enfermo en la calle es comparado justamente utilizando los criterios que nos proporcionan otros olmos. Pero un árbol gangrenado en la mente debe ser comparado con otros fenómenos mentales, con árboles gangrenados en los reinos de la psique y el espíritu. Pues el árbol del sueño es imaginal, y los ámbitos para su comparación se encuentran en la imaginación: pintura, literatura, poesía, ilusión, mito, sueño. La falacia naturalista es común porque requiere menos esfuerzo por parte del intérprete. Éste no tiene más que mirar a su alrededor, a los sucesos naturales cotidianos, para encontrar sus modelos. La propia facilidad es en sí misma parte de la falacia: la inercia de seguir a la naturaleza. 




El naturalismo degenera pronto en materialismo, un punto de vista que considera que la forma de ser de las cosas en el mundo perceptual de los objetos, los hechos y las realidades sensibles, es la modalidad primaria. Hace hincapié en que la realidad material es anterior y que la realidad psíquica debe adaptarse a ella: psyché debe obedecer las leyes de phýsis y la imaginación debe seguir a la percepción. 



Pero esta perspectiva no hace justicia a la cualidad comprimida de los sueños, a su peculiar manera de negar los principios de la materia: espacio, tiempo, causalidad. Al igual que el de la poesía, el lenguaje psíquico es condensado y sintético. El lenguaje está en otro nivel, ha ascendido desde el significado natural hasta el significado imaginativo. La condensación realza e intensifica la significación. Lo mismo puede decirse de los otros términos empleados por Freud para describir el lenguaje onírico: distorsión, desplazamiento, sobredeterminación. Éstas no son simplemente clases inferiores de pensamiento (contempladas desde el punto de vista naturalista) sino formas de hablar poética, retórica y simbólicamente. Aunque el sueño, y también el síntoma, puede ser "la cosa más natural del mundo", y se producen incluso en los animales, no son naturaleza sino cultura. Estos acontecimientos son naturaleza procesada dentro de la imaginación. Devolver los sueños a la naturaleza comparando sus imágenes con los hechos naturales es pasar por alto la extraordinaria intensificación de la fantasía. Es pasar por alto el hecho de que el sueño y la fantasía, y también los síntomas, están haciendo alma en plena naturaleza.     



A diferencia del naturalismo en la estética o en la filosofía y en las ciencias naturales, la convención naturalista utilizada por los terapeutas nunca ha sido objeto de un estudio crítico profundo. La palabra "naturaleza" nunca ha sido analizada adecuadamente por el médico, que habitualmente confía en alguna de sus más de sesenta connotaciones. Los numerosos significados de la palabra revelan la posibilidad de diferentes influencias arquetípicas. El naturalismo de la gran diosa del grano y de las cosechas tiene implicaciones psicológicas distintas de las que presenta la naturaleza del héroe, un mundo de objetos exteriores o impulsos interiores que hay que conquistar y encauzar. Y estas "naturalezas" difieren a su vez de la prístina naturaleza virginal de Artemisa, de la naturaleza de Pan, de la naturaleza de Dioniso, o de la naturaleza mecanicista y racional de Saturno. La práctica terapeútica tiende a ser la niña de la naturaleza, que sólo ve en ella su propio rostro simple y confiado sin darse cuenta de que la naturaleza adopta la cara del dios que está determinando lo que vemos a través de nuestros puntos de vista subjetivos. Si la contemplamos con el romanticismo embelesado de una ninfa de la naturaleza, ella nos devolverá la mirada con idéntico rostro.



A causa de la idea simplista de la naturaleza que se emplea en la terapia, lo natural tiende a idealizarse. Se convierte en una naturaleza sin deformidades, irracionalidades ni idiosincrasias individuales. Este criterio ideal se utiliza desde una perspectiva moralista para poner reparos a los sueños y a los soñantes en lo relativo a aquello que se desvía de la naturaleza. De ese modo la falacia naturalista desencadena toda una serie de falacias: la falacia nomotética (que interpreta determinadas imágenes oníricas por medio de leyes generales); la falacia normativa ( que interpreta determinadas imágenes por medio de criterios idealizados, es decir, establece como debería presentarse una imagen correctamente); la falacia moralista (que interpreta las imágenes antinaturales como inmorales). Todas estas tendencias olvidan el hecho fundamental de que los sucesos de la imaginación no tienen lugar en la naturaleza empírica. Un niño de muchos colores, una mujer con un pene en erección, un roble que da cerezas, una serpiente que se transforma en un gato que habla ...  o son imágenes falsas, perversas ni anormales por el hecho de que sean antinaturales. Los tigres de la imaginación no habitan sólo las selvas y los zoológicos; pueden tumbarse encima de mis libros o recorrer los pasillos del hotel donde dormí anoche. Las imágenes patologizadas deben interpretarse de la misma manera: un niño ahogado, un animal desollado vivo, o la caída de los dientes, del pelo o de los dedos no hacen referencia hechos similares en la naturaleza empírica.



Por ejemplo, un paciente sueña con un caballo de carreras que tiene una pata rota. En primer lugar la falacia naturalista busca un recuerdo de un caballo visto ayer o en la infancia para saber algo acerca del caballo del sueño a partir de asociaciones con caballos reales. Luego compara el caballo del sueño con los caballos reales en general. Puesto que un caballo real con una pata rota estaría gravemente enfermo, el caballo del sueño tiene que estar enfermo. Por otra parte, el caballo del sueño no "debería" tener una pata rota. Dado que un caballo real con una pata rota será probablemente sacrificado, el caballo del sueño representa el peligro de muerte, o el deseo de amar, o la autodestrucción. Cuanto más literalista sea el naturalismo, más probabilidades hay de que la interpretación se exprese en términos de enfermedades y peligros. La terapia intentará salvar al caballo (falacia médica), donde "caballo" puede significar cualquier cosa, desde la vitalidad del paciente - su propia vida - hasta una carga libidinosa indeterminada, presente en algún aspecto de su vida.



Por el contrario, el caballo de carreras puede interpretarse amplificándolo mediante otros temás: el poderoso caballo de Odín, de Poseidón, el caballo-héroe-conquistador de los hunos, los mongoles, los cruzados, los árabes, los españoles; la idea de velocidad, competición, victoria; el sacrificio ecuestre védico y romano; el caballo de la muerte; el cuidado del animal. El caballo del sueño nos cuenta más cosas que el caballo recordado o el caballo real. Una serie de vías de penetración simbólicas, míticas y culturales se abren a través de la herida de la aflicción. Entonces podemos interpretar al caballo malherido como el "portador· de la vulnerabilidad del soñante. Está detenido, abierto, preguntando cuál es su significado. La herida es aquello que permite a la psique trasladarlo de su anterior situación - correr para ganar - a otra situación de conciencia debida a la adversidad. La pata rota es el foco de este cambio de la naturaleza a la cultura.



Si asumimos que el caballo debería volver a caminar, recobrar la salud, renunciamos a la imagen concreta y nos movemos en la dirección contraria al sueño. Pero si nos quedamos con el caballo con su pata rota, el soñante aumenta su conocimiento por medio de la imagen patologizada; por ejemplo, comprende que ha estado martillando en hierro frío, abusando de su fuerza física para ganar la carrera a lomos de un corcel de pura sangre. La imagen patologizada hace posible una nueva reflexión, una que el soñante siente dolorosamente porque es inseparable de la aflicción y conmueve al alma por su relación con la muerte. La herida es el verdadero foco de este movimiento, que fluye ágil y naturalmente desde la situación anterior - el jinete sobre su caballo - hasta la actual, en la que se reconocen otras realidades, las realidades psíquicas. La imagen en sí misma representa el cambio súbito de presepectiva entre la vida y la muerte, entre la realidad física y la realidad psíquica, entre la naturaleza y la imaginación.




James Hillman: Una incursión en la falacia naturalista
en: "Re - imaginar la psicología"    








* James Hillman, fallecido el pasado 27 de Octubre, representante del pensamiento jungiano llamado de "segunda ola".






Aquí puedes ver un video con extractos de "El código del alma" de Hillman, en italiano:


Toca en el icono de la derecha para ver la pantalla completa.



12 noviembre 2011

De la simple existencia







De la simple existencia


La palmera al final de la mente
detrás del último pensamiento, crece,
en la distancia de oros brillantes, 


un pájaro de plumas de oro
canta en la palmera, sin significado humano,
sin sentimiento humano, una canción extranjera;


entonces comprenderás que no es la razón,
la que nos asiste en la felicidad o tristeza de los días.
El pájaro canta, sus plumas resplandecen.


La palmera se yergue al borde del vacío.
El viento baila en sus ramas,
las doradas plumas del pájaro caen lentamente,
suspendidas en el aire.



Wallace Stevens




30 octubre 2011

Heidegger: "El camino campestre"









Del portal del jardín
se extiende hacia el Ehnried.
Los añosos tilos del jardín del castillo
por encima del muro le ven alejarse,
tanto en Pascua,
cuando relucen los brotes del sembrado
y despiertan los prados,
cuanto en Navidad,
mientras bajo la nevisca desaparece
tras del cerro más próximo.




A la altura de la cruz cubierta
gira hacia el bosque.
Al pasar por los lindes,
saluda a un viejo roble 
bajo el cual hay un banco
de madera desbastada





Encima del banco de vez en cuando
se encontraba algún que otro escrito
de los grandes pensadores

que una joven torpeza
intentaba descifrar.
Cuando los enigmas se agolpaban

y no se veía salida,
ahí estaba siempre el camino campestre.
Silencioso dirige el paso por la senda
serpenteante a través del vasto y árido campo.





Una y otra vez el pensamiento retorna
siempre a los mismos escritos,
o a veces a tentativas más propias,
en el sendero que por entre los cultivos
traza el camino.
Éste permanece tan próximo
al andar del pensador
como del paso del campesino
que de amanecida anda a la siega.




A menudo y con los años
el roble del camino
desvía los recuerdos
hacia los juegos infantiles y a las primeras decisiones.
Cuando a veces un roble,
en la espesura del bosque, caía a hachazos,
el padre, enseguida, rastreaba el bosque
y los claros soleados en busca del trozo
adecuado para su taller.
Allí se entretenía pausadamente
durante los descansos de su servicio
en la torre del reloj y en las campanas
que, una y otras, mantenían su propia relación

con el tiempo y lo temporal.




Con la corteza del roble, los muchachos
construían sus barquichuelos
que, dotados de un banco de remeros

y de un timón, flotaban en el estanque de Metten
o en la fuente de la escuela.
Los viajes por el mundo de aquellos juegos
todavía alcanzaban sencillamente su destino
y siempre lograban regresar a la orilla.
Lo ilusionante de estos viajes
permanecía oculto en el entonces

apenas visible resplandor
que reposaba sobre todas las cosas.
Ojo y mano maternas delimitaban su reino.
Como si su preocupación no contada
protegiese a todas las criaturas.




Aquellos viajes de juego desconocían
todavía los paseos
que dejan atrás toda orilla.
Mientras tanto la resistencia
y el olor de madera de roble
empezaron a hablar más claramente
de la lentitud y de la constancia
con que el árbol crece.




El propio roble decía
que sólo en un crecimiento tal
se fundamenta cuanto perdura y da frutos;
pues crecer es abrirse al amplio cielo
y al mismo tiempo enraizarse en la oscuridad de la tierra;
que todo cuanto es genuino sólo prospera
si el hombre es a la vez ambas cosas:
dispuesto a la exigencias del cielo altísimo
y amparado en el seno de la tierra nutricia.





Todavía el roble sigue diciéndoselo
al camino campestre que,
convencido de su senda,
pasa a su lado.
El camino congrega todo
cuanto a su alrededor existe
y a quien por él transita
le anuncia que aquello es suyo.
Los mismos campos y la ladera de los prados
acompañan al camino a cada estación del año
con una proximidad siempre diferente.




Sea que, por encima del bosque,
los Alpes se hundan en el atardecer,
sea que de buena mañana

en el estío la alondra emprenda el vuelo,
allí donde el camino campestre
supera la falda del cerro,
sea que el viento del este llegue rugiendo
desde las tierras donde se halla
el pueblo natal de la madre,
sea que al anochecer un leñador
arrastre su hatillo de leña al hogar,
sea que la segadora contorneándose
regrese a casa por el camino campestre,
sea que los niños hagan ramos
a la vera del prado con las primeras flores de primavera,
sea que la niebla avance
durante días por los campos,
cubriéndoles con sus sombras y su obscuridad,
siempre y por todas partes
envuelve al camino campestre
el aliento de lo mismo.





Lo sencillo encierra el enigma
de cuanto permanece y es grande.
Entra de improviso en el hombre
y precisa de una larga maduración.
En lo imperceptible de cuanto
es siempre lo mismo
se oculta su bendición.
La grandeza de todo cuanto ha crecido
y habita los alrededores del camino,
dispensa mundo.
Sólo en lo no-dicho de su lenguaje,
tal cual dice el maestro
de lecturas y de vida, Eckhart,
es Dios verdaderamente Dios.





Pero el aliento del camino campestre
sólo habla en tanto que existan
hombres que, nacidos en su aire,
puedan oírle.
Se hallan vinculados a su origen
pero no siervos de sus asechanzas.
El hombre inútilmente planifica
e intenta imponer un orden a la tierra,
cuando no se somete
al aliento del camino campestre.
Amenaza el peligro de que los hombres
de hogaño permanezcan

sordos a su lenguaje.
A sus oídos sólo alcanza
el ruido de las máquinas que ellos
casi toman por la voz de Dios.




Así el hombre se confunde
y pierde su camino.
A los confusos,
la sencillez les parece monótona,
y lo monótono les hastía.
Los amargados
encuentran sólo lo indistinto.
Lo sencillo se ha evadido.
Su callada fuerza se ha agotado.





Por cierto que disminuye el número
de quienes reconocen lo sencillo
como un bien propio, consquistado.

Pero en todas partes serán esos
pocos quienes permanecerán.

Un día, gracias al poder tranquilo
del camino campestre,
perdurarán más allá de las fuerzas titánicas
de la energía atómica que fue
urdida por el cálculo humano
y convertida en yugo de su propio obrar.




El aliento del camino campestre
despierta un sentido que ama lo libre
y que, en el lugar propicio,

todavía logra salvar la aflicción
hacia una última serenidad.
Se revela contra la simpleza
del puro trabajar que, ejercido por sí solo,
fomenta únicamente lo vano.




En el aire del camino campestre,
que muda según las estaciones,
madura la sabia serenidad
con un mohín que parece melancólico a menudo.
Ese saber sereno
es la "ironía compasiva" [ist das "Kuinzige"].
Quien no la tiene no la obtiene.
Quienes la tienen,
del camino campestre la obtuvieron.
En su senda se encuentran la tempestad
invernal y el día de la siega,
coinciden lo vivaz y lo excitante de la primavera
con lo reposado y adormecido del otoño,
se hallan frente a frente
el juego de la juventud y la sabiduría de la vejez.
Pero todo a una rebosa
serenidad,

una serenidad cuyo eco lleva calladamente
de aquí para allá el camino campestre.




La sabia serenidad
es un portal de lo eterno.
Su puerta se abre
sobre los goznes antaño forjados
por un hábil herrero
con los interrogantes
de la presencia en el mundo.





Desde el Ehnried el camino regresa
al portal del jardín del castillo.
Por sobre de la última colina

con su angosta cima conduce,
por una quebrada, a la muralla de la ciudad.
A la luz de las estrellas
su brillo es tenue.
Tras del castillo
se alza el campanario de la iglesia
de San Martín.

Lentamente y como si dudasen,
se pierden en la noche las once campanadas.
La vieja campana,
en cuyas cuerdas más de un muchacho
se destrozó las manos,
vibra bajo los martillazos de las horas
cuyo aspecto medio sombrío
y medio grotesco nadie olvida.





Con el último toque el silencio
se hace más callado.
Su poder llega
hasta aquellos que antes de tiempo fueron

sacrificados por dos guerras mundiales.
Lo sencillo se ha vuelto
todavía más sencillo.
Lo que es siempre lo mismo
aleja y libera.
Ahora el aliento
del camino campestre es muy nítido.
¿Habla el alma? ¿Habla el mundo? ¿Habla Dios?




Todo habla de la renuncia
en la identidad [in das Selbe].
La renuncia no quita. La renuncia da.
Da la inagotable fuerza
El aliento hace morar en un largo origen.





Martin Heidegger