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19 enero 2012

Monet rechaza la operación







 Doctor, Ud. dice que no hay halos
alrededor de las farolas de París
y que lo que veo es una aberración
provocada por la vejez, una enfermedad.




Yo le digo que me ha llevado toda mi vida
llegar a ver las lámparas de gas como ángeles,
suavizar y confundir y finalmente desvanecer
los bordes que Ud. lamenta que yo no vea,
aprender que la línea que llamé horizonte
no existe y el cielo y el agua,
tanto tiempo separados, son el mismo estado de ser.




Cincuenta y cuatro años antes de poder ver
que la catedral de Rouen está construída
por rayos paralelos de sol,
y ahora Ud. quiere que restaure
mis errores juveniles: ideas
fijas de arriba y abajo,
la ilusión del espacio tridimensional,
hiedra separada
del puente que cubre.



¿Qué puedo decir para convencerle
de que el edificiio del Parlamento se disuelve
noche tras noche para volverse
el sueño fluido del Támesis?



No regresaré a un universo
de objetos que no se conocen entre sí,
como si las islas no fueran niños perdidos
de un gran continente. El mundo
es flujo, y la luz se vuelve lo que toca,
 se vuelve agua, lirios sobre el agua,
por encima y por debajo el agua
se vuelve lámparas
lilas y malvas y amarillas
y blancas y cerúleas,
pequeños puntos que se pasan la luz solar
tan rápidamente del uno al otro
que haría falta tan solo
un largo y
sedoso cabello
inserto en mi cepillo para atraparla.




¡Pintar la velocidad de la luz¡
Nuestras formas y medidas, estas verticales,
arden para mezclarse con el aire
y transformar nuestros huesos, piel, ropas
en gases. Doctor,
¡si tan sólo puediera ver
cómo el cielo atrae a la tierra hacia sus brazos
y cuán infinitamente se expande el corazón
para reclamar este mundo, azul vapor sin fin¡


 
Lisel Mueller: "Monet rechaza la operación" (de cataratas)
















* Lisel Mueller: poeta americana nacida en Hamburgo (Alemania) en 1924.




Desarrollo del cuerpo de resurrección








  

Cuando mi hijo David de 13 años murió en 1990 fue imperativo para mí encontrar su alma. ¿Adónde había ido? Imaginen cuánto se ha ampliado el alcance de ese deseo hoy tras el ataque terrorista del 11 de septiembre. Toda una nación desea encontrar 6000 preciosas almas. Y nos preguntamos adónde se ha ido todo aquello que constituía para cada uno de ellos su vida individual. ¿Adónde se ha ido cada característica identificable, cada realización? ¿Puede aniquilarse tan fácilmente la existencia de una vida? ¿Puede nuestra propia vida aniquilarse tan fácilmente?... ¿Qué ocurriría si les contara que cada partícula de la existencia individual, de la existencia de cada persona, se ha preservado y que cada uno de ellos aún vive en todos los sentidos de la palabra salvo en uno y que es posible tener una experiencia encarnada de ellos? … He descubierto que aún puedo abrazar a mi hijo. Sé ahora que nuestras vidas continúan y mi convicción es un milagro identificable por el hecho de que mi corazón se ha sanado por el conocimiento que he hallado. Un medicamento que puede curar el corazón de una madre cuyo hijo ha muerto puede ofrecer algún alivio para otros que sufren.



Parte del milagro es que para mí la respuesta vino de un reino muy esotérico del Islam - pertenece al cuerpo de sabiduría que Sohravardî y otros trajeron de la tradición Zoroástrica para rejuvenecer el Islam en el siglo XIII -; la fuente de esto fue el libro "Cuerpo Espiritual, Tierra Celeste" de Henry Corbin, que estaba en la biblioteca de mi marido y que casi voló del estante como una respuesta a mis plegarias. Desde entonces he encontrado igualmente provechosos "Swedenborg y el Islam Esotérico" y "El hombre de luz en el sufismo iranio", ambos de Corbin.



Corbin localiza muy cuidadosamente la existencia de un mundo mediante el cual ocurre la resurrección, un mundo que es "exterior" y sin embargo no es el mundo físico, un mundo que nos enseña que es posible emerger del espacio físico sin emerger de la extensión. Nos cuenta que la percepción de este otro mundo depende de un uso muy especial de nuestra imaginación que puede así llegar a ser "imaginación verdadera" o "real". Entonces actúa de una manera transformadora, capaz de añadir nueva profundidad a nuestras percepciones. "Cambiando los datos físicos impresos en los sentidos en un espejo puro, una transparencia espiritual, así la Tierra con sus cosas y sus seres se elevan a la incandescencia, a un estado diáfano que permite que la aparición de sus estados sutiles penetre la intuición visionaria".



Es imposible comprender muy bien la explicación de Corbin a menos que se sea capaz de despertar a una realidad multidimensional. Si se puede prestar la suficiente atención, el premio es el desarrollo de una capacidad o proceso que trasciende el espacio y el tiempo. Sólo aquellos que están lo bastante desesperados pueden hacerlo. ¿He captado vuestra atención?



Yo había comenzado una exploración que volvía a fuentes como el Zoroastrismo, el gnosticismo griego y el Islam del siglo XIII, a fin de hallar respuestas a mis preguntas sobre:


 ¿Dónde está mi hijo?
 ¿Cómo sabemos qué es real?
 ¿Cómo prepararse para la eternidad?
 ¿Cuál es el sentido de vivir y de morir?



Lo que más anhelaba era abrazar a mi hijo. Pero esta búsqueda es sólo parte de mi otra búsqueda - a fin de saborear la satisfacción - por traer el cuerpo al espíritu, por dar corporeidad al espíritu. ¿Dónde encontramos un espíritu encarnado? ¿Cómo podemos fundir cuerpo y espíritu? El lugar de una sutil degustación.



Este es un reino que hemos perdido culturalmente. En nuestro esquema de las cosas tenemos una mente que se explora con el intelecto y una corporeidad que se explora con los cinco sentidos, pero no un terreno de encuentro entre ellos. ¿Es posible asignar realidad a algo sin usar los cinco sentidos? ¿Qué es real?... De hecho, sentía que estaba siendo conducida por mi propio hijo muerto hacia un libro que me llevó por un largo camino hacia mi meta. Una tarde un libro llamado "Cuerpo Espiritual, Tierra Celeste" pareció llamarme. Comencé a leer el denso, complejo texto de Henry Corbin, un islamista y también un buscador espiritual. Después de estudiar atentamente el libro durante once años, meditando en él y haciendo propios los mitos y procesos que en él aparecen, encontré algunos temas que respondían a mis preguntas. Comparto ahora con vosotros mi interpretación de estas lecciones de sabiduría tal como se han concretado en una comprensión del mundo y de como nos transformamos y continuamos aún después de la muerte.




"Cuerpo Espiritual, Tierra Celeste" habla de un proceso por el cual una persona puede establecer una conexión viviente con Dios, un "ojo del mundo más allá" que puede ver conexiones más profundas detrás de todo lo que existe en el mundo material (lo que Pir Vilayat llama aquello que transparenta detrás de lo que aparenta). Mediante esta relación viviente con la Deidad, que establece una resonancia entre estos mundos percibidos, la persona comienza a llevar una especie de tela de ser basada en un patrón que descubre en su propia alma. Esta tela, que es el cuerpo de resurrección, reside en un lugar llamado por Sohravardî "Na Koja Abad", el lugar que no es un lugar, un lugar creado a partir de la última partícula de materia, del tamaño de una semilla de sésamo, que creó el universo. Es la semilla del "ábrete Sésamo" que puede abrirse a un mundo en el cual este mundo material es como un grano de arena en una playa. Al igual que los hombres a quienes tradujo, Henry Corbin llamó "imaginación activa" al órgano que penetra en este lugar, pero aclaró que era más que fantasía. A medida que se afila y se perfecciona, se desarrolla en lo que él llamó "imaginatio vera" o la imaginación verdadera, que puede ver mundos tras los mundos, así como alinearse con la fuente de todas las imaginaciones, el Creador.  El material es la mejor descripción de lo que se ha llamado la "filosofía de la luz" que fue introducida en el Islam a partir del zoroastrismo por Ibn Arabí, Sohravardî y otros en los siglos XII-XV. Presenta un sistema por el cual los individuos pueden:




  • Restablecer su conexión con lo Divino de un modo personal volviéndose los Amados de Dios.
  • Despertar en sí mismos un proceso que desvela las realidades ocultas, sana las heridas físicas y emocionales, estimula la creatividad (en niveles sorprendentes) y los transforma en seres multidimensionales.
  • Participar conscientemente en la creación de su cuerpo de resurrección.
  • Desarrollar un sentimiento de profunda satisfacción ubicando el sitio donde se cumplen todos los sueños.



De modo que regresemos a nuestro modo zoroástrico de ver las cosas.



A los quince años, el aspirante hacía un voto de vivir como una criatura del Arcángel de la Tierra (Spenta Armaiti), que establecía su existencia en armonía con un ser de luz, de hecho, un mundo entero de luz que existía en apoyo de ellos. Establecía la esencial dualidad del aspirante como un ser de luz encarnado que había aceptado entrar en la vida para combatir en la batalla de la vida. El compañero celestial de este ser de luz (en esta tradición la dualidad esencial es una relación de luz con luz, no de oscuridad con luz) se llama la fravarti, que permanece en el mundo de luz y recibe todo lo que le retroalimenta el alma encarnada, como un objeto retroalimenta su imagen en un espejo. Este es el ángel amoroso en cuya mirada somos contenidos eternamente con tal ternura. Es el gemelo celestial que estima nuestra individualidad y contempla todo lo que nos ocurre.



Los zoroastrianos hacen votos de "asumir Spentarmaitikh" que ha de ejemplificar en su presencia el modo de existencia de Spenta Armaiti. Esto significa reproducir en ellos mismos el "pensamiento de sabiduría" que se describía ulteriormente como "perfecto pensamiento bajo la pura mirada del amor". Supuestamente esto permite que se abra en sus vidas un espacio llamado "la Tierra celestial, la casa de la cual es señora Spenta Armatai". El pensamiento perfecto se llamó luego la mater vitae, la "madre de la vida", un poder capaz de dar vida y vitalidad. La suya era una devoción viviente, a través de la cual se encarnaban los espíritus y el mundo físico se renovaba continuamente con el espíritu.









La meditación del ángel zoroástrico


Imaginad primeramente aquel aspecto de Dios que es vuestro propio ángel. Sentid el tirón de amor entre vosotros como un imán que aliena todas las partes de vuestro ser. Sentid la unificación de vuestro ser con este Yo celestial, salvo que habéis adquirido algunas cosas como resultado de la vida, algunas cicatrices, algunas experiencias, algunos tesoros, algún aprendizaje, alguna magia … que ahora permitís que "retroalimente" a vuestro ángel. Vuestro ángel ahora tomará estas nuevas impresiones y las reordenará para vosotros. Os volveréis renovados al daros cuenta de vuestro yo celestial, si dejáis ir estas impresiones. Esto funciona sólo por que el yo celestial es una parte de nosotros, y realmente es a partir de donde crecemos y cambiamos. De modo que nos volvemos nosotros mismos a medida que dejamos ir a quienes somos (que realmente es quienes ÉRAMOS, aún adherido a nosotros). Si el alma no retiene nada, entonces esta entera manifestación es retroalimentada - el proceso se invierte. Fluir hacia afuera se transforma en fluir interiormente. Como ir a través del espejo (en Alicia en el País de las Maravillas). Creamos una superficie autorreflectante - toda la luz es retroalimentada-. No como esta persona mirando a eso. Emerge así un proceso especial en tanto la luz brilla sobre la luz.



En lugar de enfocar en la cosa percibida (lo que yo he perdido), podemos volver la atención sobre nosotros mismos y trabajarla de modo que deviene una solución al problema. Usualmente percibimos pasivamente como una pantalla que recibe una imagen. ¿Pero qué ocurre si trabajamos con la superficie de la pantalla, le permitimos adquirir profundidad – espesarse - y le concedemos una transparencia interior de modo que las cosas proyectadas en ella ahora están en contacto con mucho más? … Hay incluso una forma de toda la superficie que posibilita un foco especial de todas las partes que nunca habíais aprendido a enfocar juntas. Descubrí que la forma de mi pantalla era el rostro de mi yo celestial, que es mi rostro tal como ese yo me ve. Ahora, con esta resonancia aumentada, la búsqueda (de mi hijo, de lo que deseáis) es una tarea mucho más simple.








Na Koja Abad (La tierra de ningún lugar)


Algunos de vosotros acaso conocéis a mi marido, Azar Baksh Weiner. Ha estado enseñando en una clase fascinante y con gran asistencia llamada "Ciencia y Espiritualidad" en nuestra apreciada Iglesia de Todos los Santos. Una de las sorprendentes ideas que nos ha enseñado es el hecho de que no se puede hablar de lo que ha ocurrido antes del Big Bang porque de hecho nuestro tiempo (y espacio) comenzó con el Big Bang.  Lo que voy a intentar hacer es hablaros de des-hacer el Big Bang, de un modo; des-hacer espacio y tiempo porque sé que mi difunto hijo David vive más allá del espacio y del tiempo.



Los sufíes del tiempo de Sohravardî hablaban de un lugar llamado Na Koja Abad, que significaba La Tierra de Ningún Lugar. En la experiencia del buscador espiritual, llegamos a sentir primero que estamos viviendo en una condición opresiva, y luego buscamos nuestro verdadero hogar más allá. "¿Cuál es el camino que conduce fuera de ello? ¿Cuán largo es? Es en el punto de partido cuando llegas allí de nuevo. Pero el yo que se encuentra allí es aquél que es un yo superior,  cuando uno está allá ha logrado la Aptitud que le vuelve como un bálsamo, una gota del cual destilas en el hueco de tu mano sujetándolo mientras encaras el sol, y entonces pasa a través del dorso de tu mano" (de "Swedenborg y el Islam esotérico", de Henry Corbin).



Esta descripción es la transición de nuestra percepción del "mundo de los sentidos" o zahir, al interior o batin. En la condición interna, uno no experimenta localización en el espacio "sino que acontece una cosa extraña una vez que ocurre esta transición, esta realidad una voz interior y oculta se revela como envolvente, abarcante y conteniendo todo lo que era externo y visible” (de "Swdenborg y el Islam Esotérico", de Henry Corbin).


No hablamos aquí de una experiencia mental sino de una experiencia que funde alma y cuerpo. Este tipo de vocabulario puede sernos extraño porque en nuestra cultura hemos consentido en un divorcio entre el mundo de los sentidos y el mundo del alma, mientras que en la cultura de los antiguos sufíes existía un reino de lo imaginal que llenaba esa brecha.



"Cuando aprendas en los tratados de los antiguos sabios que existe un mundo provisto de dimensiones y extensiones diverso del pléroma de las Inteligencias, no te apresures a llamarlo una mentira, pues los peregrinos del espíritu pueden contemplar ese mundo y encuentran allí todo lo que es el objeto de su deseo" (de "Cuerpo Espiritual, Tierra Celeste" de Henry Corbin)



Mientras mi hijo moría, y poco después de que muriera, podía sentirlo acariciándome, como una amplia y cálida sensación a mi alrededor. "Entendía" sus palabras para mí, tal como pienso cosas por mí misma, pero sabía que eran sus palabras, y me confortaban y me aportaban paz desde él y desde aquellos seres que estaban ayudándole en su transición. Pero un día me dijo que ya no podría venir a mí de la misma manera, que yo tenía que ir adonde él estaba, de algún modo. Cuando oí acerca del reino de Na Koja Abad, supe que era con seguridad el lugar donde podría abrazar a mi hijo.



"El secreto de la curación es elevarse, por el poder de la creencia, por encima de las limitaciones de este mundo de variedad que uno puede tocar, por el poder del intelecto, la unidad del la totalidad del Ser" (Hazrat Inayat Khan)











Inducción - Inversión


Lo que era clave era el lugar de la inversión; comencé a reunir frases que parecían ponerme en una condición interna que de algún modo preservaba la dimensionalidad y la extensión en el espacio, aunque no un sentido usual del espacio. Una era la afirmación acerca de "un bálsamo, una gota del cual destilas en el hueco de tu mano sujetándolo mientras encaras el sol, y entonces pasa a través del dorso de tu mano". O como nuestro propio hijo, en su condición interna, nos había enseñado a imaginar mirando en un espejo enfrentado a otro espejo: era como ir a través del espejo, o reflejar 180 grados pero hacia una nueva dimensión en cada ocasión. También dijo que pensáramos en él más allá de donde estamos como, justo, por encima de la superficie del agua.



Lo que experimentamos como nuestro "mundo" es la extensión entre un alma y las percepciones sensoriales de esa alma. Los antiguos sufíes hablaban de la "física" de un alma particular que define el mundo particular de esa alma. Nuestra "física" usualmente está enterrada en nuestra percepción del mundo así como el azúcar está disuelto en el agua azucarada. Podemos examinar nuestra propia "física" aprendiendo a proyectar nuestras energías sin los sentidos usuales (meditación). Entonces podemos usar conscientemente nuestra física de nuevo en el mundo sensorial (y en el ulterior). Es posible reconstruirnos totalmente a nosotros mismos (o experimentarnos como reconstruidos diferentemente) de modo completamente diferente, en una auto estructura altamente organizada. Es un darse cuenta de sí con muchas más dimensiones, una reconstitución de todos los puntos que interiormente uno había identificado como "mundo exterior", sentimientos internos, ideas, partes del propio cuerpo, arquetipos, etc., ahora como un solo ser. (Sta. Teresa de Ávila lo describió como un diamante de múltiples facetas). El propio ser "se expande" (como si una caja plana se volviera tridimensional) permitiendo muchas más conexiones y los puntos pudieran estar mucho más próximos de lo que estaban antes en la versión comprimida de uno mismo.



Los zoroastrianos hablaban del desarrollo de tal construcción como el cuerpo de resurrección, hecho de la sustancia Xvarnah, que es lo mismo que irradiación y gloria (Nur) que Ahura Mazda hizo que "sobreabundara" en todos los seres. En la tradición sufí, el universo es una explosión a la manera de una serie de espejos a partir de la Deidad central en un gran impuso de conocerse a los ojos del Amado. Cada epifanía o costra del universo es un reino individual que está conectado a todos los demás. En efecto, están anidados unos dentro de los otros, siendo cada uno el "fruto" o la criatura del anterior. Vuelvo a referiros a la Meditación del Ángel Zoroastriano para un método de construir el cuerpo de resurrección. Uno ofrece de vuelta todos los puntos que definen su mundo hacia la fuente de la cual uno ha venido. Todos los puntos de Xvarnah son devueltos, pero con la propia signatura de uno, con el propio punto de vista personal que ahora reinviste al Todo con vida, con una dimensión añadida que antes no estaba allí. Uno reclama su herencia a la vez que conoce su contribución individual.



Mi relación con mi hijo también había abierto la comunicación con otros seres en los reinos interiores. Uno de estos era mi propio padre, que había muerto hace 26 años. En un sueño maravilloso lo vi haciendo lo que ahora hace en el otro lado, lo que parecía pulir "piedras preciosas" que me parecían nebulosas que he visto en telescopios - como nubes de estrellas radiantes de múltiples dimensiones-.  En cierto punto del sueño sentí sed y le pedí agua a mi padre. Se rió y dijo: "¿Qué tal esto?" Y de repente me di cuenta de una inmensa cascada que parecía como la esencia del agua: calmaba cada aspecto de sed que haya tenido yo aparentemente en el pasado el futuro, en cualquier lugar, etc etc Tiene que haber sido el arquetipo del agua. Era agua de la Tierra de Ningún Lugar.  Es posible experimentar en plena corporalidad y a la vez llenos de espíritu, en comunicación con cualquiera que deseemos. Lo importante es operar con nuestra imaginación, el órgano por el cual percibimos las cosas, cuyo dominio establece el cuerpo de resurrección.






La imaginación activa


Discutamos acerca del órgano que usamos para percibir las cosas de los mundos interiores, un órgano que dijimos que se ha atrofiado en la mayoría de la gente. Puede funcionar directamente como una facultad y órgano de conocimiento tan real como los órganos de percepción. Es una imaginación arquetipal. Podemos llamarlo la imaginación activa, pero tenemos que recordar que queremos decir algo muy diferente de la fantasía, o de la interpretación usual de "imaginación". Con frecuencia creemos que lo que percibimos con nuestros cinco sentidos es la realidad. Que esto es errado puede demostrarse por el hecho de las cosas parecen muy diferentes cuando estamos de mal humor, cuando estamos enfermos o especialmente cuando estamos enamorados. Pensad en ejemplos de cada uno de estos casos en vuestra vida, y cómo parecía cambiar el mundo porque estabais en un punto de vista diferente. ¿Es posible que podamos trabajar conscientemente con este punto de vista? … En verdad, esto es lo que hacen los psicólogos para ayudar a gente que se ha quedado atrapada en una perspectiva particularmente dañina. Lo de que acaso no nos damos cuenta es de que incluso una perspectiva "saludable" puede haberse configurado por la sociedad y el propio pasado. Es posible alterar dramáticamente la propia perspectiva más allá de lo "normal" y todavía funcionar de un modo saludable, e incluso más saludable. De modo que podemos alterar nuestra percepción de lo que pensamos que es la realidad, y acaso expandirla más. Podemos también percibir los niveles ocultos más profundos, por detrás de lo que vemos con nuestros sentidos usuales. Hacemos eso a medida que nos volvemos deseosos de entregar nuestros conceptos de realidad preconcebidos, endurecidos, a cambio de las dispensaciones de significado fresco y genuino que están disponibles. La asignación de significado a las cosas ocurre de hecho todo el tiempo, sin embargo. Es como el proceso de leer, que asigna imágenes y significado a las marcas de tinta sobre el papel. Tenemos experiencias a causa de los significados y agrupamientos de significados asociados con palabras en las narraciones y libros. También dependemos de nuestra capacidad de penetrar la superficie y hacer que avance la realidad más profunda siempre que conversamos con alguien o incluso cuando disfrutamos de una buena comida. Esto ocurre porque quien percibe todas las cosas es de hecho el alma misma.




Pero esta capacidad de hallar significado es sólo el primer paso. La imaginación nos abre a todo un mundo: el mundo del alma.



La imaginación:

·        desvela niveles ocultos
·        irrumpe a través de lo "real"
·        contiene el significado
·        es el lugar donde la gente se encuentra.
·        perdura más allá del cuerpo físico.
·        se "espesa" o deviene multifacética o "de muchos ojos".
·        puede devenir imaginatio vera - la imaginación de lo Divino-.




Una propiedad de la imaginación es también transmutar los datos sensoriales, resolviéndolos en la pureza del mundo sutil, a fin de restaurarlos como símbolos a ser descifrados, estando impresa "la clave" en alma misma. Una percepción de este tipo es equivalente a una "desmaterialización", "variar” los datos físicos impresos en los sentidos en un espejo puro, una transparencia espiritual:


así la Tierra con sus cosas y seres es elevada a la incandescencia, a un estado diáfano, que permite que la aparición de sus estados sutiles penetre en la intuición visionaria" (De "Cuerpo Espiritual, Tierra Celeste" de Henry Corbin).




Despeja la realidad oculta. La imaginación capta objetos no en la objetividad sino como un signo, una intimación que finalmente es la anunciación del alma a sí misma


Os dejo con mi mejor intento hasta ahora de resumir el proceso de recuperar nuestra multidimensionalidad, que es nuestro cuerpo de resurrección:



·     Tenemos dentro de nosotros un poder de configurar y conferir realidad.

·     Incluso podemos permitir que una realidad se refleje en otra realidad.

·    También podemos imbuir una realidad con una cierta emoción o un aura general.

·    Diferentes combinaciones de lo de arriba producen una percepción del movimiento a través del tiempo y el espacio.

·    Automáticamente adoptamos la manera de configurar que se nos ha enseñado, pero a veces aprendemos a rehacer completamente, a deshacer, a enseñarnos a nosotros mismos el proceso.

·    Podemos recogernos en el nivel de arquetipo, recordar una existencia en el reino donde el ser está "en suspensión" o no reflejado en nada sino en sí mismo.



El modo en que percibimos usualmente aísla un "marco" - como una instantánea - de ser y extrae los elementos individuales del campo esencial hacia un campo de tiempo-espacio. Así, experimento un gato o una silla. Es posible devolver el "marco" o la instantánea a su esencial cualidad de ser. Así el gato que hemos aislado regresa a su estado esencial "en suspensión". La parte que había sido aislada existe ahora como un elemento libre en una serie que incluye múltiples dimensiones. De modo que es reconectado con todas las series de las cuales es un elemento. Ahora es en su condición real, no urdido dentro de nuestra percepción personal particular que era, como la llamaban los antiguos sufíes, un "accidente" donde un "marco" al azar es aislado y extraído de su serie.




Imaginad la imagen de una planta reflejada en un espejo. Si analizamos el material de esa imagen, sería de la sustancia del espejo - no realmente ella misma. Pero podemos convencernos de que la imagen era real. Todo lo que percibimos es actualmente como una imagen reflejada sobre una superficie que hemos creado. Es posible liberar la imagen de la superficie de modo que devenga lo que realmente es: un elemento de muchas series en múltiples dimensiones. Si podemos hacer esto con nosotros "mismos", seremos devueltos a la condición en la cual somos eternamente renovados, en unidad y en amor.




Personalmente, partí en busca de un abrazo y acabé volviendo a casa.




Ravi Rah Weiner




17 enero 2012

Consideraciones sobre la alquimia tántrica



 





Nos queda ahora por considerar lo que puede denominarse adecuadamente el "espíritu del tantra", nuestra tercera categoría del preámbulo de este ensayo, ¿Cuáles son, pues, los criterios con los que reconocer a este espíritu, dondequiera que pueda darse? A su modo esta pregunta es importante en toda circunstancia y todo hombre con intereses espirituales puede sacar provecho de su respuesta, aun cuando su propia vía de realización no adopte una de las formas clasificadas como tántricas. Un breve exámen de esta cuestión nos proporcionará así una conclusión natural a las presentes consideraciones sobre la espiritualidad tántrica.



Esencialmente, se puede hablar de un sentido tántrico o de un espíritu tántrico (el primero sería la facultad que permite reconocer la presencia del segundo) en conexión con cualquier doctrina o método cuyo objetivo consciente sea la transmutación del alma humana de forma tal que permita a la verdadera inteligencia, al espíritu de la bodhi, emerger y tomar el mando. Este proceso es propiamente un proceso alquímico, por cuanto en realidad, ningún elemento del alma tiene que ser destruído o extirpado; la técnica tántrica consiste en poner en servicio todo lo que existe en ella, sin excepción, lo que a su vez implica la posibilidad de convertir todo lo que es bajo o impuro en algo puro y noble.



En la Europa medieval, como también en le mundo islámico, las ciencias alquímicas se basaban en esta idea; según el simbolismo mineral que empleaban, el plomo, el metal más bajo, tenía que ser transmutado, rápidamente o por etapas, en el metal solar, el oro. En el transcurso de este proceso otras sustancias simbólicas, especialmente el azufre y el mercurio, se hacían intervenir en diversas fases de la operación alquímica. Si en la edad media los ignorantes a veces atribuyeron a los alquimistas la intención literal de hacerse ricos fabricando oro del plomo, los historiadores de la ciencia moderna han exhibido una ignorancia similar al creer que la alquimia era simplemente un intento primitivo de hacer lo que hace el químico de hoy y que los diversos materiales a los que se referían los alquimistas eran lo que sus nombres indicaban y nada más. Gracias a unos pocos investigadores que se han tomado la molestia de estudiar los escritos alquímicos con la debida atención y con una mentalidad abierta, esta ciencia, hasta ahora no comprendida, tan próxima al tantra en su intención, ha sido depurada por fin de las toscas ideas falsas que se habían acumulado en torno a ella especialmente en los tiempos modernos.   



Un punto particularmente importante que hay que observar, en conexión con la alquimia, es el reconocimiento, más allá de todas las diferencias aparentes, de una esencia común que une a las dos sustancias que encontramos al principio y al final del proceso transmutativo. Si resulta que el alquimista encuentra durante sus investigaciones plomo mezclado con otros metales, no lo desecha a la ligera, pues para su ojo dotado de discernimiento, su plúmbea opacidad ya enmascara su refulgencia potencial de oro puro. Por lo tanto, lo atesora igual que el resto, al tiempo que considera los medios apropiados para convertirlo en lo que debería ser por derecho; su actitud es típicamente no dualista y también lo es su técnica. De hecho algunos alquimistas han declarado que el plomo, o cualquier metal bajo, es esencialemente oro que ha caído enfermo; el oro es el plomo libre de todo rastro de enfermedad. Se podría establecer muy bien un paralelismo con esta afirmación, desde el lado del tantra, diciendo que un hombre mundano no es más que un buda enfermo. Un buda es un hombre que ha sido enteramente curado de su enfermedad existencial. 



La idea de transmutación, en la que se basan todos los procesos alquímicos, ha ido acompañada de cierta actitud para con las concepciones éticas de la religión que, en el caso del tantra, cuenta entre las características que en ocasiones han provocado acusaciones de laxitud moral del tipo al que hemos aludido anteriormente en este ensayo. Esta actitud consiste en considerar incluso los vicios de una persona como una fuente de poder latente, como una virtud mal aplicada pero todavía utilizable si se conoce la manera correcta de tratarla; suprimir simplemente la expresión exterior de una tendencia viciosa, mediante un esfuerzo unilateral de la voluntad desarrollada en un estado de relativa inconsciencia, puede que no sea la manera más eficaz de librar al alma de la tendencia en cuestión, por no mencionar el peligro de dejar entrar otro mal peor con el fin de llenar un vacío creado en una sustancia psíquica aún no acondicionada para atraer a un elemento compensador de una dirección puramente espiritual.









La historia evangélica de los siete demonios que ocupan precipitadamente la casa dejada vacía por su único ocupante demoníaco anterior ofrece una vívida ilustración de este peligro concreto. El curador tántrico o alquímico basa ciertas de sus prácticas en el conocimiento de que, en comparación con la característica cualidad escurridiza del pensamiento humano, una pasión a menudo presenta un carácter relativamente simple y comprensible, lo cual permite utilizarla como materia bruta de una operación alquímica en sus primeras etapas; manejar provisionalmente un elemento pasional como medio para un fin declaradamente espiritual no implica una tolerancia de la pasión como tal y, todavía menos, ningún menoscabo de la virtud cuyo reflejo negativo o sombra es esa pasión. Todo lo que hace este curador es contemplar cualquier pasión particular en relación con el proceso de purificación considerado en conjunto, lo cual puede requerir a veces que sea tolerada provisionalmente por razones de equilibrio psíquico, aunque sin duda no se excusa en sí. Al verdadero practicante del tantra le interesa una regeneración total, nada menos; ésta es la razón por la que para él toda propiedad del cuerpo y de la mente tendrá su lugar propio en ella, y el arte consistirá en saber como poner cada cosa en su sitio, sin omisión o supresión de ningún factor utilizable, sean cuales sean las apariencias. Dejando a un lado los abusos individuales, es a la luz de este principio como deben juzgarse aquellas prácticas tántricas que han sido ocasión de escándalo para los moralistas convencionales; cualquiera que enfoque así el tema ya no necesitará más pruebas de que la tradición tántrica se preocupa tanto como la religión exotérica  de la promoción y práctica de las virtudes. Lo único que ocurre es que su manera de buscar este fin va más allá de los síntomas, de la mera forma de los actos, pues en realidad le interesa más el medio en el que esos actos pueden surgir, al cual trata de transmutar a fin de que sólo la virtud pueda sobre vivir en él. 




Una virtud para alguien que sigue un camino esotérico es fundamentalmente un modo de conocimiento o, para ser más precisos, un factor que predispone a la iluminación. De modo similar, un vicio será juzgado como un factor de ignorancia o como una causa de espesamiento del velo existencial existente entre el sujeto y la luz. Esta forma de considerar el bien y el mal es propiamente intelectual; la perspectiva habitual del mérito y el demérito es, en comparación, relativamente externa y dualista, pero no por ello enteremente falsa - en realidad está lejos de serlo -. Practicar una virtud es, pues, como limpiar una ventana del alma; dejarse ir a un vicio es como embadurnar de lodo esa misma ventana. Por esta razón la práctica de las virtudes no es menos importante para el que sigue la vía del conocimiento que para el hombre de acción o el hombre de piedad amorosa (para este último lo que cuenta es complacer u ofender al amado); nadie debe llevarse a engaño a este respecto por las referencias más o menos enigmáticas que se encuentran en los escritos tántricos acerca del hombre para quien la distinción entre el bien y el mal ha dejado de tener importancia.




No se puede encontrar, en una lengua europea, mejor descripción del tantra que la de llamarlo "ciencia alquímica del alma" por la cual el plomo de la existencia samsárica se transmuta en lo que ya es en principio, a saber, el oro de la bodhi que resplandece eternamente.





Marco Pallis: Consideraciones sobre la alquimia tántrica 






    

11 enero 2012

La rueda de la vida










El concepto de existencia como samsara o flujo cósmico, junto con el concepto paralelo de karma, acción y reacción concordantes, como factor determinante de la participación de cada ser en ese flujo, es un rasgo esencial de todas las tradiciones procedentes, directa o indirectamente, de la India. Aunque el tema sea tratado aquí desde el punto de vista budista, casi todo lo que se dirá podría aplicarse igualmente al hinduismo.



Consideremos en primer lugar la rueda de la existencia de acuerdo con su representación simbólica - que se remonta, según se dice, al propio Buda - como un círculo subdividido en seis sectores, cada uno de los cuales contiene una de las categorías típicas de seres animados. Estos sectores pueden agruparse en tres partes, del modo siguiente:


Nuestro mundo:

1. seres humanos (estado central)
2. animales (estado periférico)


Mundos celestiales:

3. dioses o devas
4. titanes o asuras


Mundos infernales:

5. sombras atormentadas o pretas
6. infiernos



Este esquema simbólico es familiar en todos los lugares en los que prevalece la tradición budista. Examinemos cada uno de los seis componentes con algo más de detalle. Evidentemente el sector humano, mencionado en primer lugar, ocupa una parte desproporcionada de este conjunto si sólo se lo considera desde el punto de vista del número de seres en cuestión. En comparación con la vasta multiplicidad de sus vecinos no humanos, los hombres representan en efecto un número muy pequeño, sin contar con que sólo forman una especie, en contraste con la inmensa variedad de seres que constituyen los géneros, familias y órdenes, de la naturaleza. La razón de este tratamiento privilegiado es doble: en primer lugar, siendo hombres nosotros mismos, es natural que elijamos estudiar nuestra propia categoría y nuestro modo de existencia; en segundo lugar, la especie humana es el campo elegido para la encarnación avatárica, la budeidad, lo cual desde un punto de vista cualitativo le da derecho a una consideración privilegiada.



El sector animal contiene un gran número de especies diferentes situadas en el mismo plano de existencia que el hombre, pero variables con respecto a su proximidad o lejanía de la posición humana. Cabría preguntar entonces: ¿Dónde hay que situar las plantas y los minerales, dado que su nombre no parece figurar en ningún sector?  La respuesta sólo puede ser que no nos hallamos ante una tabla de estadísticas biológicas o geológicas: no hay que esperar una coherencia meticulosa en cuanto a los detalles. La finalidad de la imagen tradicional de esta rueda no es más que sevir de guía suficiente hacia una comprensión del universo basada esencialmente en factores cualitativos más bien que en hechos o consideraciones de orden cuantitativo, como las que entran en la perspectiva de las ciencias naturales en el sentido habitual de la palabra.



Considerados desde el punto de vista humano, los estados celestiales son aquello que en una medida mayor o menor escapan a las limitaciones físicas y psíquicas de nuestro estado de existencia. Los dos sectores agrupados en la categoría celestial pueden, sin embargo, comprender cierto número de grados diferentes que en nuestro estado presente apenas nos conciernen. Se dice de los dioses, o devas, que su estado está lleno de deleites como los "árboles de los deseos" capaces de conceder cualquier don con sólo pensar en él, y otros pintorescos atractivos por el estilo. Ningún dolor puede introducirse en ese estado mientras dura, lo que hace que, cuando por fin llega el momento del cambio, éste sea tanto más doloroso para los seres en cuestión: se dan cuenta de repente de que su estado de dicha no es perpetuo sino que está sujeto al nacimiento y a la muerte igual que todos los demás estados de existencia. Como dijo un monje mogol a quien esto escribe: "Los dioses longevos son estúpidos". La ausencia de contrastes que caracteriza a su condición los adormece en un exceso de confianza, con el resultado de que, cuando llega el instante fatal, no están preparados en absoluto y pueden llegar a hundirse hasta el mismo infierno, destino éste verdaderamente lamentable. 


No todos los dioses muestran sin embargo esta falta de inteligencia. Muchos desempeñan un papel honorable en las historias de Buda. Algunos, como Garuda, el corcel de Vishnu semejante a un halcón, están constantemente a las órdenes de la persona de Buda, cuyo parasol se encargan de llevar; otros, y especialmente Brahma, rey de los devas, ruegan a Buda, después de su iluminación, que predique la doctrina, por miedo de que el mundo vaya a su perdición total. Este papel desempeñado por los dioses, que consiguen vencer la "reserva" de Buda,  aparece el la vida de todo buda instructor y expresa simbólicamente que el conocimiento poseído por un ser iluminado es tan profundo que resulta virtualmente intransferible a los hombres en su estado actual de ignorancia. Buda consiente, no obstante, en enseñar, mostrando así que a pesar de la ignorancia la luz no es inalcanzable. De ello tenemos que dar gracias a la iniciativa de los dioses.



Los titanes o asuras, por su parte, auqnue superiores a los hombres por los diversos poderes que poseen, siempre se reperesentan como seres pendencieros, llenos de envidia para con los dioses y su felicidad, y siempre conspirando para destronarlos. Típicamente, son seres que por sus austeridades, sus inmensos trabajos desarrollados en varios campos, han podido incrementar sus facultades naturales hasta el punto de amenazar al propio cielo. A veces la ambición titánica lleva incluso la máscara del altruísmo, como cuando Prometeo roba el fuego a los dioses para dárselo a los hombres, exponiéndolos así a las consecuencias de su propio acto de profanación. Es típica del temperamento asúrico o prometéico, la utilización imprudente de poderes excepcionales por toda clase de motivos salvo el esencial, el que podría conducir a un ser hasta la budeidad. Careciendo de este motivo, carece de todo: éste es el signo asúrico en los seres.








Los dos sectores infernales en nuestro simbolismo, la tierra de los fantamas atormentados o pretas y los infiernos, son lugares de dónde la alegría y la comodidad están totalmente desterradas. El primero es un dominio en el que reina el más intenso sentimiento de privación, un hambre y una sed insaciables. Los pretas se representan con enormes vientres hinchados y bocas minúsculas, de modo que por ese pequeño orificio nunca puede pasar suficiente alimento para satisfacer las demandas excesivas del vientre; así, el ser permanece en un estado constante de miseria que sólo podría aliviar un cambio de estado si él pudiera ser consciente de tal posibilidad. Los infiernos, por otra parte, se explican por sí mismos: son lugares de pura expicación, ardientes o fríos según la naturaleza de los pecados cometidos ( o de las oportunidades desperdiciadas ) a lo largo de la vida anterior. A este respecto apenas difieren del concepto de infierno presente en las religiones semíticas, excepto en cuestiones de detalle y, en particular, por la ausencia de toda atribución de eternidad que no se encuentra en ningún lugar de la rueda. 


Este último punto es el que más importa retener. La idea básica del samsara es la impermanencia, el principal tema de meditación para todo budista. Todo lo que crea el flujo del mundo es inestable. Esto es cierto para los cielos y los infiernos, para los estados más felices y para los más desgraciados, los primeros no admiten ninguna complacencia, los últimos nunca carecen completamente de esperanza. Pues todas las cosas, en la plenitud del devenir, deben transformarse en otras cuando sus posibilidades particulares se han agotado. Esta es la ley universal de la existencia en la rueda existencial.



El número y la variedad de los seres que se encuentran en el universo son incalculables. Lo mismo vale para los sistemas cósmicos: son indefinidos en su incidencia y en la diversidad de condiciones a las que cada sistema cósmico está sujeto. Pero cualesquiera que sean las condiciones que gobiernan un mundo dado, la séxtuple repartición puede serle aplicada, teniendo en cuenta las diferencias de detalle. Así pues, todo mundo debe tener su estado central o axial que, por analogía con nuestro mundo, bien podría llamarse humano; y, del mismo modo, existirían estados superiores o inferiores clasificables como tales desde el punto de vista del estado que representa al término intermedio.


  

Las características esenciales de cada mundo se reflejan integramente en el ser que en él ocupa la posición central y, de manera más o menos fragmentaria, en los diversos seres que ocupan posiciones periféricas. El estado central, siendo una totalidad en su orden, constituye en cierto modo un mundo autónomo, un microcosmos, y éste es el caso del hombre en nuestro sistema cósmico. Conociendo el estado del hombre en un momento dado casi se podría decir que se conoce el estado del mundo, tan estrechamente ligados están ambos intereses. De esta relación se desprende lógicamente una transposición al microcosmos humano del simbolismo séxtuple del mundo en un sentido más amplio. Así, puede decirse, que ciertas cualidades de la naturaleza humana corresponden a ciertas clases de seres, en el sentido de que, en la medida en que un hombre se identifique con una determinada cualidad más bien que con otra, manifestará, en su vida humana, algo del caracter de una u otra de las categorías no humanas. Por ejemplo, es fácil reconocer el tipo que corresponde del modo más próximo posible al estado de animalidad humana: el de los hombres considerados esencialmente en la masa, como seres que se alimentan y se reproducen en un estado puramente cuantitativo. Huelga decir que esta alusión no implica ningún menosprecio de los animales, pues los animales y las plantas en estado natural viven su karma con instinto infalible y dan prueba de cualidades de dignidad y belleza que el hombre, por su parte, sólo puede imitar permaneciendo fiel a su vocación, que es de otro orden debido precisamente a la posición central que ocupa en el mundo. 



Tomemos otro ejemplo: el hombre económico moderno oscila entre el tipo animal y el tipo preta, siendo este último el que está más en consonancia con su ideal declarado de una producción en expansión indefinida y de un pretendido nivel de vida elevado. Se ha creado una vasta maquinaria de propaganda con el único objeto de exacerbar el deseo de bienes materiales, con la salvedad, no obstante, de que la felicidad que, según se supone, estos proporcionan nunca se alcanzará absolutamente, pues, si el hombre llegara a sentirse satisfecho en algún punto, el mecanismo se detendría al instante y esto significaría la ruína económica, tan inextricablemente engranados están entre sí ambos motivos. Por tanto hay que seguir torturándolo con nuevos deseos, lo cual está bien lejos del budismo.



Si esto no es una imagen de la tierra de los pretas, es lo que más se le parece. ¿Que tipo de renacimiento pueden esperar los hombres educados de esta manera? ¿Podría ser, tal vez, un nuevo nacimiento en forma de pretas?    



En cuanto a los infiernos, se pueden descubrir inequivocamente en esas oscuras profundidades situadas debajo del nivel de la conciencia humana que a nuestros psicólogos les gusta tanto explorar. A veces su contenido también desborda: un tipo absolutamente infrahumano no es raro entre nosotros, sin hablar de lo que él mismo llama arte, que es un medio diaólico en su género. Naturalmente nos hemos referido a casos extremos, los tipos más puros son relativamente raros: lo que se encuentran son, en su mayoría, mezclas e híbridos diversos.   



Sin embargo existe otra clase de hombre, la del que es capaz de realizar las posibilidades humanas en su plenitud, y ése es el hombre que se identifica, en intención y en la práctica, no con alguna facultad humana condicionada samsáricamente sino con el propio eje del microcosmos humano, el hilo de la naturaleza búdica, que atraviesa el corazón de todo ser y todo el mundo. Para los seres periféricos esta identificación sólo puede ser indirecta y eminentemente pasiva. Pero para el hombre, que es un ser axial por definición, también puede tener lugar de forma activa, sin restricción de campo o finalidad. Se trata, de hecho, de la posibilidad del despertar total, la budeidad, que justifica la afirmación presente en las Escrituras semíticas, según la cual el hombre ha sido creado "a imagen de Dios". El que llamemos al hombre "teomórfico" o "budamórfico" es indiferente en este contexto. 



Por último volvamos a la representación tradicional de la rueda de la existencia, tal como la hemos descrito al principio, para subrayar que, como todo verdadero simbolismo, deriva de la nauraleza de las cosas y no de una invención arbitraria del espíritu humano que lo hubiera concebido como una mera alegoría poética. Su finalidad es servir de clave que permita llegar a una conciencia superior: no hay otra.





  



Una clasificación simbólica como la presente no debe entenderse en el sentido de una fórmula compacta: tiene que ser interpetada libremente y aplicada con inteligencia pues el samsara como tal es indefinido, no admite ninguna sistematización. Los sutras, de hecho, lo describen diciendo que es "sin principio" (es decir, indefinido desde el punto de vista de su origen) pero que tiene un fin (en la liberación, el nirvana), descripción paradójica ya que, desde el punto de vista metafísico, lo que no tiene principio tampoco puede tener un final, y viceversa. Podemos compararla con la paradoja cristiana análoga, pero inversa, de un mundo "que comienza" (en la creación) pero que puede llegar a ser un "mundo sin final" (por la salvación conferida por Cristo).


En ambos casos se trata de comunicar una verdad salvadora y no una tesis filofófica de acabado preciso, de ahí el aparente desprecio por la lógica.


Hemos dicho al principio que, en el samsara, lo que determina la venida al ser o nacimiento es la acción anterior con la reacción consiguiente: Ésta es la doctrina del karma y sus frutos, los cuales, madurando a su debido tiempo en forma de resultados, están destinados a convertirse a su vez en causas que contienen las semillas del devenir ulterior. El cruce continuo de los innumerables hilos de la causalidad produce la maraña del samsara: es un concepto dinámico que pasa de manera ininterrumpida de un estado a otro, en el que cada nacimiento marca la muerte con respecto al estado anterior y cada muerte marca un nuevo nacimiento, y así indefinidamente.


Puesto que todo se encuentra en un estado de flujo incesante, cualquier suceso y objeto que se quiera observar tiene que ser aislado del proceso general de un modo más o menos arbitrario, con el resultado de que aquello que se observa tendrá necesariamente cierto carácter de ambiguedad: tando el objeto como el sujeto observador están cambiando continuamente, lo que significa que todo juicio formulado sobre la base de un exámen empírico de los objetos existentes en el mundo, será siempre aproximado, provisional, relativo, fluído y ambivalente. El enfoque empírico excluye cualquier conclusión que pueda calificarse de exacta y completa. 


Dicho esto, es necesario hablar también del aspecto complementario de la misma doctrina, a fin de no ser conducidos inconscientemente a un relativismo que adquiera un carácter casi absoluto, hasta el punto de suprimir completamente la idea misma de verdad. En esta época de subjetivismo excesivo y parcial, una disolucíón de todos los valores y todos los criterios objetivos en una especie de penunbra psicoanalítica es un peligro real del que hay que guardarse. Un juicio es inadecuado en la medida en que pretende juzgar el conjunto absolutamente desde un punto de vista particular que se presenta igualmente como absoluto: éste es el error del dogmatismo, es decir, de una extensión abusiva dada a formulaciones relativas que son verdaderas en sus límites propios. Un juicio es váido, sin embargo, en la medida en que, partiendo de criterios debidamente reconocidos como relativos, juzga un fenómeno cuyos límites relativos también son reconocidos. Siempre y cuando se preste una atención suficiente a estas condiciones, un juicio puede ser perfectamente exacto, hasta el punto de poder ser calificado de relativamente absoluto dentro de su contexto.


Un buda es llamado "despierto" precisamente porque su conocimiento no debe nada al mundo ni al ego empírico que, juntos, constituían el foco de su sueño anterior. Cuando un hombre se despierta no decimos que es otra persona, a pesar de un cambio evidente de la naturaleza de su conciencia; esta analogía puede servir para ilustrar el paso del estado de ignorancia al estado de buda. El conocimiento sólo es posible en la medida en que el ojo de la bodhi (el intelecto puro) en el sujeto, percibe en el objeto el "mensaje bódhico" (es decir, su simbolismo). Cuando ambos coinciden hay percepción instantánea - percepción eterna, se podría decir, por cuanto lo que pertenece a la bodhi pertenece per se a lo intemporal e inmutable-. El despertar al conocimiento, en cualquier grado en que se sitúe, es como el punto de ignición que se alcanza mediante el frotamiento de dos palos; el satori del zen es de la misma naturaleza. Si las cosas fueran de otra manera, los seres no tendrían la posibilidad de iluminación.


En el samsara es evidente que sólo se pueden juzgar fragmentos desde puntos de vista no menos fragmentarios; en el nirvana esta cuestión no se plantea. La conciencia de las diferencias samsáricas y nuestra propia reacción ante ellas en virtud de esa conciencia, no disminuye en modo alguno la realidad intrínseca de los fenómenos considerados en conjunto. Su totalidad nos devuelve entonces al samsara como tal, y éste, en esencia, nos devuelve al nirvana. Encontramos aquí un principio budista básico, a saber, que quien comprende realmente el samsara o el karma - lo que viene a ser lo mismo - comprende el nirvana. Ver con plenitud de conciencia una sola mota de polvo es ver el universo; no se necesita más para acceder a la iluminación, en la que el conocimiento absoluto y el conocimiento relativo, las dos clases de verdad de Buda, coinciden. 


Lo que es necesario recordar siempre es que el mundo, con sus fenómenos, equivale a un juego de compensaciones: aunque toda parte se halla en un cambio permanente y, por tanto, está en desequilibrio y es inasible en sí, el todo, en cuanto tal, permanece inalterable a través de todas sus vicisitudes, como lo hace el océano a pesar de sus muchas olas y corrientes. Si tratamos de definir una de esas olas en términos fijos se nos escapará: y, no obstante, cada una de ellas revela a su manera lo inmutable. De ahí la afirmación de que en cada gota de agua y en cada grano de arena se encuentra un buda.


Esta naturaleza inaprehensible de todas las cosas existentes es lo que ha dado lugar, en la economía espiritual del budismo, a otra idea básica, que muchas personas han encontrado particularmente difícil de comprender, a saber, la idea de anatta, "no personalidad", tal como se aplica a los seres situados en todos los niveles y al propio universo manifestado.


Hemos visto que las notas básicas de la existencia son la relatividad, la impermanencia y el devenir, a las que debemos añadir el sufrimiento, que es la característica que expresa a las tresa anteriores en la conciencia de los seres. Al ser única, la posibilidad universal excluye la repetición en la existencia.  En el cosmos puede haber semejanza o analogía en cualquier grado, pero nunca identidad absoluta o ipseidad. ¿Qué sugiere realmente a nuestro entendimiento la palabra "ipseidad"? Sugiere la pureza inequívoca, la ausencia total de mezcla. Una substancia sólo puede llamarse pura cuando no es otra cosa que ella misma, dado que está libre de todo rastro de alteridad. Siendo tal, no lleva en sí ninguna incitación al cambio. Lo que está en la raiz del cambio es el carácter ambivalente de lo relativo, pues donde hay más de un polo de atracción o repulsión la inestabilidad dominará en un grado u otro. Lo que está completamente libre de tensiones internas no puede morir, pues ¿qué podría producir su muerte? Todo lo que está obligado a morir implica, pues, un dualismo, la presencia de fuerzas que empujan en direcciones diferentes, una composición de elementos parcialmente incompatibles, y esto por definición es cosa distinta de la ipseidad. La agudización, en el curso del devenir, de sus contradicciones internas, es lo que finalmente hace que una cosa se desintegre, en el momento que llamamos muerte. 


Cuando somos conducidos a fijar nuestra atención no en el proceso del devenir en conjunto, sino en una parte del mismo que se aísla del conjunto (y que puede ser nuestra propia persona o cualquier otra cosa), somos fácilmente inducidos a atribuir a esa cosa un carácter fijo. Lo mismo se aplica a una situación o a un acto cuando se lo considera en sí mismo. Éste es el error de la falsa atribución, la ignorancia congénita que acompaña a todos los seres existentes como tales. La doctrina específicamente budista de anatta es un medio para disipar esta ignorancia.  


Pasemos ahora a una consideración más detallada del karma, la fuerza motriz que se encuentra detrás de todo nuevo nacimiento o toda nueva suerte, es decir, la acción en el sentido más amplio de la palabra, incluído su aspecto negativo, la omisión, junto con su acompañamiento inseparable, la reacción que inevitablemente provoca, los cuales son estrictamente proporcionados uno al otro. El principio físico según el cual la acción y la reacción son iguales y opuestas no es más que un ejemplo de esta disposición cósmica universal.


Como todo aquello de lo que se preocupa la mente, esta ley del karma se contemplaría mejor de una manera puramente desapegada e impersonal, como si nosotros mismos estuviéramos situados fuera de la rueda de la existencia y la observáramos desde la atalaya de una cumbre elevada y lejana. Pero de hecho no es así. Estamos profundamente comprometidos en cada instancia de nuestra estancia en la tierra y, en consecuencia, mientras nos sentimos "esa persona, fulano de tal", distinta de todos los seres que clasificamos bajo el título colectivo de los "otros", no podemos dejar de valorar este juego cósmico que se desarrolla a nuestro alrededor en términos de más o menos, provecho o pérdida, placer o dolor, bien o mal, como decimos nosotros. Por esta razón, en la vida religiosa el karma ha sido explicado, lo más a menudo, en términos de sanción moral, como recompensa por las buenas acciones y catigo por las malas: así es como la mentalidad popular lo considera casi siempre. 


Tal interpretación no es falsa en sí y puede incluso ser saludable. La única falsedad es ver en ella toda la verdad, la última palabra sobre la cuestión. Una conciencia de las implicaciones del karma nos llevará fuera del círculo de las alternativas morales y de los apegos que un prejuicio personal fomentará inevitablemente a la larga. Pero, no obstante, para el común de los mortales la concepción del karma como justicia inmanente, en el sentido moral, no es dañina, puesto que al menos inclina al hombre a tomar en serio las lecciones del karma y a aplicarlas en su vida cotidiana. Todas las leyes éticas, en todas las religiones, tienen este carácter; son upayas, medios de largo alcance pero de aplicación todavía relativa, hecho que explica por qué las leyes morales más sagradas a veces no funcionan. De ello resulta que incluso en esta esfera hay que esperar de vez en cuando una excepción, aunque sólo sea para confirmar la regla.



La justicia inmanente en su plenitud no es sino el equilibrio del universo, ese estado en el que todas las partes se contrapesan y que la balanza en estado de oscilación expresa pero no realiza de forma visible; pero aquí una vez más hemos salido de la perspectiva moral que, aunque se incluye en el panorama general de la justicia, ya no hay que acentuar, especialmente con miras a un interés humano particular.


Es un lugar común entre los polemistas budistas, cuando quieren criticar lo que consideran explicaciones arbitrarias ofrecidas por las religiones teístas, decir que la doctrina del karma, al explicar las irregularidades aparentes del destino en términos de acciones anteriores conducentes a la sanción presente, es "más acertada" que otras doctrinas relativas a la misma cuestión. Vale la pena señalar que cuando un argumento se ha revestido de una forma moral se vuelve tan antropomórfico como las enseñanzas sobre la voluntad de Dios con respecto al pecado corrientes en el Cristianismo y religiones afines. La utilidad de este lenguaje y de todos los argumentos que toman esta forma puede justificarse empíricamente, al satisfacer las necesidades de ciertas mentes, y, si así ocurre, el beneficio es considerable. Sin embargo toda simplificación de este género debe ser explicada como una expresión de apologética popular más bien que de una percepción profunda de lo que verdaderamente está en juego. No obstante sería un error burlarse de esta manera de ver las cosas; si se es capaz de ver el sofisma del argumento se es libre de trascenderlo para alcanzar una comprensión más profunda de la misma verdad, sin adoptar una actitud de condescendencia para con las almas simples a quienes este argumento proporcionó ayuda para avanzar en la vía. 









De modo más general, lo importante, cuando se comparan doctrinas propuestas por diferentes tradiciones, es descubrir mediante un examen llevado a cabo con lucidez - los escrúpulos eruditos al comparar este material no son suficientes - si las divergencias aparentes revelan una oposición real o sólo una divergencia de genio espiritual, ya que ambas cosas son posibles. Toda religión recurre a ciertas adaptaciones en el campo doctrinal a fin de poner las distintas verdades al alcance de las mentes corrientes; corresponde al santo y al sabio ver más allá de estas versiones algo tendenciosas con el fin de acceder a la verdad que aquellas expresan sin embargo a su manera. Vemos aquí la diferencia entre la religión vista en su aspecto exotérico, adaptada a una necesidad colectiva, y en el aspecto calificable de esotérico, en el que no caben tales concesiones. Esta distinción no descansa sobre una compartimentación rígida de la verda religiosa, sino más bien sobre la necesidad de acceder por etapas a esta verdad, cuyo brillo ha de ser tamizado con arreglo a las diversas capacidades de visión de los hombres. Las dos grandes categorías citadas se explican suficientemente por sí mismas a la luz de este principio, que es un upaya de aplicación general a todo el camino espiritual.    


Un ejemplo de como las interpretaciones populares pueden conducir a cierta distorsión doctrinal lo proporciona la creencia, corriente en los países budistas, en la posibilidad de renacer como hombre. Se supone con excesiva facilidad que tal renacimiento en forma humana está al alcance de cualquiera con sólo pedirlo, a condición de haber llevado una vida suficientemente moral, a menudo en un plano bastante bajo. Podría citar varios ejemplos de esta actitud, sacados de mi propia experiencia, que en modo alguno corresponden en su totalidad a gentes sencillas y carentes de educación. La gente imagina facilmente que una contabilidad moral un poco cuidadosa por su parte basta para asegurarles una próxima existencia humana. Para esas personas, el mérito, el buen karma, viene a ser considerado enteramente en un sentido cuantitativo, como si pudiera ser distribuido por peso, o como si no se tratara más que de llevar una contabilidad por partida doble a fin de no quedar con demasiado déficit. Olvidan la conocida sentencia relativa al "nacimiento humano dificil de obtener" y la parábola de Buda sobre la tortuga miope que nada en un vasto océano en el que flota también un pedazo de madera con un agujero. Buda estimaba que las posibilidades que tenía un ser cualquiera de obtener un nacimiento humano eran más o menos iguales a las que tendría esa tortuga de pasar su cabeza por el agujero de la madera. 



Mediante esta inverosimil parábola quería evidentemente inculcar en las personas la extrema precariedad de la probabilidad humana, previniéndolas así contra la locura de desperdiciar una ocasión preciosa persiguiendo objetivos triviales. En un mundo que gusta de considerarse progresivo, ¿cuántas personas, me pregunto, hacen siquiera un ligero esfuerzo para seguir este consejo?


Que cada uno de nosotros se haga la pregunta: ¿Dedico todos los días de mi vida media hora de atención a Buda y sus enseñanzas o, lo que es lo mismo, a Cristo y sus enseñanzas? Si la respuesta es negativa, ¿es entonces razonable esperar, debido al karma, recibir otra oportunidad humana en este u otros mundos? Y si se está preparado para contestar honradamente a esta pregunta, se llegará sin duda a otra: "¿Por qué entonces dudo de forma tan inexplicable?"  La oportunidad está aquí y ahora, no cabe duda. ¿Qué sentido tiene confiar en un futuro incierto con la ingenua esperanza de - usando una expresión que no estrictamente budista - cerrar un trato con Dios?


Lo que hay que recordar sobre todo, en lo que respecta al estado humano o a cualquier otro calificable de central, es que indica el punto en que es posible salir de la rueda fatal del nacimiento y la muerte sin tener necesidad de pasar antes por otro estado de existencia condicionada. La puerta está ahí, mientras que si se ha nacido en una situación más periférica es indispensable, antes de aspirar a la liberación, tener un pie dentro del eje, en otras palabras, hallar el camino hacia un nacimiento humano. Una vez en el eje, el camino que han pisado todos los budas está abierto. Lo esencial no es ocupar de forma meramente pasiva nuestra posición humana, gracias al karma que nos ha situado en ella, sino realizarla activamente, y esa es la preocupación expresa de toda vida espiritual.



Marco Pallis: "Espectro luminoso del budismo"