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17 septiembre 2014

El libro de la Misericordia















Después de buscar entre las palabras, y nunca encontrar alivio, 
acudí a ti, te pedí que alegraras mi corazón. 
Mi oración se escindió de sí misma, sentí vergüenza de haber sido engañado otra vez, 
y amargamente, en medio de la estrepitosa derrota, salí para alegrar el corazón. 
Fue entonces cuando encontré a mi voluntad, 
una cosa frágil, hambrienta entre helechos, mujeres y serpientes.
Le dije a mi voluntad:"Ven, preparémonos para ser tocados por el ángel de la canción",
y de repente me vi otra vez sobre el lecho de la derrota,
en medio de la noche, suplicando misericordia, buscando entre las palabras. 
Con los dos escudos de la amargura y la esperanza, me levanté con cuidado, 
y salí de la casa para rescatar al ángel de la canción del lugar donde se había
encadenado a su desnudez. 
Cubrí su desnudez con mi voluntad y permanecimos en el reino que brilla hacia ti, 
donde Adán es misteriosamente libre, 
y entre las palabras busqué palabras
que no hicieran que la voluntad se alejara de ti. 








Siéntate, Maestro, en esta ruda silla de alabanzas,
y gobierna mi nervioso corazón con tus grandes decretos de libertad.
Del tiempo me sacaste para hacer mi tarea diaria. 
De la niebla y el polvo me formaste para que conociera los innumerables mundos
 entre la corona y el reino.
En completa derrota vine hasta ti
y tú me recibiste con una dulzura que no me he atrevido a recordar.
Esta noche vengo de nuevo a ti, 
ensuciado por las estrategias y atrapado en la soledad de mi diminuto dominio.
Establece tu ley en este lugar amurallado.
Deja que nueve hombres vengan a alzarme en sus alabanzas
para que yo pueda susurrar con ellos: Bendito sea el nombre de la gloria del reino por siempre jamás.








Bendito seas tú que has dado a cada hombre un escudo de soledad para que no pueda olvidarte. 
Tú eres la verdad de la soledad, y sólo tu nombre se dirige a ella. 
Fortalece mi soledad para que pueda ser curado en tu nombre,
que está más allá de todos los consuelos que puedan ser pronunciados en esta tierra.
Sólo en tu nombre puedo permanecer en el vértigo del tiempo,
sólo cuando esta soledad es tuya puedo elevar mis pecados hacia tu misericordia.







Tú has endulzado tu palabra en mis labios.
 Mi hijo también ha oído la canción que no le pertenece. 
Desde Abraham hasta Agustín, las naciones no te han conocido, 
aunque cada grito, cada maldición, se haya alzado sobre el fundamento de tu santidad. 
Me pusiste en este misterio y me dejaste cantar, 
aunque sólo desde este curioso rincón. 
Me ataste a mis huellas dactilares, como atas a todos los hombres
excepto a aquellos que no necesitan ataduras.
Me trajiste a este campo donde puedo bailar con una rodilla rota.
Me guiaste a salvo hasta esta noche,
me diste una corona de oscuridad y luz, y lágrimas para recibir a mi enemigo.
¿Quién puede hablar de tu gloria, quién puede numerar tus formas,
quién se atreve a explicar la vida interior de dios?
Y ahora alimentas a mi familia, los reúnes para dormir, para soñar, para soñar libremente, 
los rodeas con la cerca de todo lo que he visto.
Duerme, hijo mío, hijita mía,
duerme - esta noche, esta misericordia no tiene límites.







 Así es como nos llamamos unos a otros, pero no es así como invocamos el Nombre.
Estamos en harapos,
mendigamos lágrimas para disolver
los inamovibles mojones del odio.
Qué hermosa nuestra herencia, 
tener esta manera de hablar a la eternidad,
qué generosa esta soledad,
rodeada, llena y dominada por el Nombre, 
del que todas las cosas se alzan en esplendor,
dependiendo una de la otra.







Bendice al señor, oh alma mía, que te hizo cantante en su santa casa por siempre,
que te ha dado una lengua como el viento, y un corazón como el mar, 
que te hizo viajar de generación en generación
hasta este impecable momento de dulce perplejidad.
Bendice al señor que ha rodeado el tráfico de interés humano
con la majestad de su ley,
que ha dado una dirección a la hoja que cae,
y un objetivo al verde vástago.
Tiembla, alma mía, ante el que crea el bien y el mal,
para que un hombre pueda elegir entre los mundos:
y tiembla ante el horno de luz en el que eres formada y al que vuelves,
hasta el momento en que él suspenda su luz y se repliegue en sí mismo,
y ya no habrá mundo, y ya no habrá ningún alma.
Bendice al que te juzga con su correa y su misericordia,
que cubre con un millón de años de polvo a los que dicen, 
yo no he pecado.
Recógeme, oh alma mía, alrededor de tu anhelo,
y desde tu lugar eterno informa de mi falta de hogar,
para que pueda dar a luz y casarte,
y hacer del día un trono para tu actividad,
y de la noche una torre para tu vigilancia, 
y todo mi tiempo tu solo dominio.
Canta, alma mía, al que se mueve como la música, 
que desciende como los peldaños de un rayo,
que ensancha el espacio con el pensamiento de su nombre,
que regresa como la muerte, profundo e intangible,
a su propia ausencia y su propia gloria.
Bendice al señor, oh alma mía, 
haz descender la bendición de la autoridad
para que puedas invitarme a descubrirte, 
y mantenerte preciosa hasta que me consuma,
y seamos refrescados, alma y sombra, 
refrescados y en reposo como un reloj de sol en la noche.
Bendice al señor, oh alma mía, grita a su misericordia,
grita con lágrimas y canción y cada instrumento,
extiéndete hacia la gloria indivisible que él estableció simplemente como su escabel,
cuando creó para siempre, y lo remató,
y firmó los fundamentos de la unidad,
y pulió los átomos del amor para que relucieran los rayos y los senderos
y las puertas de regreso.
Bendice al Señor, oh alma mía.  Bendice su nombre por siempre.







Tú que preguntas a las almas, y tú a quien las almas deben responder,
no prives a mi hijo de su alma por mi culpa.
Deja que la fuerza de su infancia le lleve hasta ti,
y la alegría de su cuerpo le mantenga recto a tus ojos.
Que pueda discernir mi oración por él, y a quién está dirigida, y con qué vergüenza.
Recibí las aguas vivas y las encerré en un estanque.
Fui enseñado pero no enseñé.
Fui amado pero no amé.
Debilité el nombre que me habló,
y perseguí la luz con mi propio entendimiento.
Susurra en su oído.
Dirígele a un lugar de saber.
 Ilumina su creencia infantil con poder.
 Rescátale de aquellos que lo quieren sin alma,
que tienen sus canales en los dormitorios de los ricos y los pobres,
para atraer a los niños a la muerte.
Déjale que me vea regresar,
Permítenos dar a luz nuestras almas juntos para hacer un lugar en tu nombre.
 Y si llegara demasiado tarde, redime mi anhelo en su corazón,
 bendícele con un alma que te recuerde,
para que pueda descubrirla con cuidadoso trabajo.
Los que desean devorarle se han hecho poderosos sobre mi pereza.
Tienen un número para él, y una cadena.
Deja que los vea aplastados en la luz de tu nombre.
Deja que vea su reino muerto desde la montaña de tu palabra.
Manténlo en pie sobre su alma, bendícele con la bondad de la virilidad.







De ti solo a ti solo, de eterno a eterno,
todo lo que no eres tú es sufrimiento,
todo lo que no eres tú es soledad repitiendo los argumentos de la pérdida.
Todo lo que no eres tú es el hombre derrumbándose contra su propia frente,
y la frente le aplasta.
Todo lo que no eres tú se apaga y se apaga,
recogiendo las voces de la venganza,
cosechando triunfos perdidos lejos de la verdadera y necesaria derrota.
Es a ti a quien hablo, de soledad a unidad,
de fracaso a misericordia, y de pérdida a la luz.
Es a ti a quien doy la bienvenida aquí,
que llegas a través de la tosca gloria de mi imaginación,
a esta misma noche, a este mismo lecho, a esta misma oscuridad.
Concédeme un sueño indulgente, y deja descansar a mi enemigo.







Santo es tu nombre, santa es tu obra, santos son los días que vuelven a ti.
Santos son los años que descubres.
Santas son las manos que se alzan a ti, y el llanto llorado a ti.
Santo es el fuego entre tu voluntad y la nuestra, en el que somos purificados.
Santo es lo que no está redimido, cubierto con tu paciencia.
Santas son las almas perdidas en la ausencia de tu nombre.
Santa, y brillante con una gran luz, es cada cosa viva, establecida en este mundo
y cubierta de tiempo, hasta que tu nombre sea alabado por siempre.






Mi alma encuentra su sitio en el Nombre, y mi alma encuentra su paz en el abrazo del Nombre.
Luché con formas y con números, y tallé con espada y cerebro para hacerle sitio,
 pero no pude encontrar un cobijo para mi alma,
la columna vertebral y el escudo del hombre más interior.
Busco las palabras que acompañen a tu misericordia.
Tú me alzas de la destrucción, y me conquistas mi alma.
La recoges de lo irreal con el poder de tu nombre.
Bendito sea el Nombre que unifica el ruego, y cambia la búsqueda en alabanza.
Fuera del pánico, fuera del plan inútil, tomo conciencia de tu nombre,
y de soledad a soledad todas tus criaturas hablan,
y a través del inaccesible propósito de las cosas caen llenas de gracia.
Bendita en el cobijo de mi alma,
bendita sea la forma de la misericordia,
bendito sea el Nombre.






Perdí mi camino, olvidé invocar tu nombre.
El crudo corazón late contra el mundo, y las lágrimas fueron por mi victoria perdida.
Pero tú estás aquí. Siempre has estado aquí.
El mundo es todo olvido, y el corazón es una furia de direcciones,
pero tu nombre unifica el corazón, y el mundo es alzado a su sitio.
Bendito sea el que espera en el corazón del viajero su vuelta.















 Leonard Cohen:
"El libro de la Misericordia"










Aquí puedes escuchar a Leonard Cohen:
  
















13 septiembre 2014

Luz Negra

























Luz sin materia



Por esencia, lo que acabamos de designar como "supraconciencia" (sirr, khafi, en terminología sufí) no puede ser un fenómeno colectivo. Es siempre algo que aflora al término de un combate cuyo protagonista es la individualidad espiritual. No se pasa colectivamente de lo sensible a lo suprasensible, pues este paso supone la aparición y el florecimiento de la persona de luz. Sin duda alguna, de esta situación resultará una confraternidad mística, pero no es preexistente a ella (Hermes penetra solo en la cámara subterránea, siguiendo las indicaciones de su Naturaleza Perfecta). Esta aparición progresiva, como hemos visto, viene señalada por ciertas "luces teofánicas" adecuadas a cada caso. La adecuación de estas luces, la determinación de su grado de presencia por y para su "testigo", es el tema que se desarrolla en el motivo del "sahîd". La "supraindividualidad" del místico, es decir, la dimensión transcendente de su persona, está condicionada por esta solidaridad "sicígica". Una vez franqueado el umbral, la perspectiva se abre a las peripecias de una historia secreta, las etapas del itinerario espiritual, con los peligros y los triunfos de la persona de luz, las ocultaciones y las apariciones de su "sahîd". Seguirlos de forma detallada y minuciosa significaría traer a colación toda la historia del sufismo iranio, de la que nos limitaremos a señalar aquí algunos rasgos esenciales, tomados de tres o cuatro grandes maestros. La dimensión de la supraconciencia se anuncia simbólicamente por la "luz negra"; ésta constituye en Najm Râzî y en Mohammad Lâhîjî la suprema etapa espiritual; en Semnânî marca la etapa iniciática más peligrosa, la que precede inmediatamente a la última teofanía que se anuncia con la luz verde. De todas maneras, debido a su contigüidad, hay entre la visio smaragdina y la "luz negra" interferencias de una significación capital.




La idea de "luz negra" (persa nûr-e siyâh) nos obliga a establecer la distinción entre dos dimensiones de las que un inconsciente unidimensional o indiferenciable no podría dar cuenta. En la medida en que el lenguaje místico "simboliza con" la experiencia física, parece que ésta ilustra de la mejor manera posible la idea de una polaridad no tanto entre la consciencia y el inconsciente cuanto entre una supraconciencia y una subconciencia. Hay una oscuridad que es la materia y hay otra oscuridad que es la ausencia de materia. Los físicos distinguen entre el negrode la materia y el negro de la estratosfera.De una parte está el cuerpo negro; es el cuerpo que absorbe todas las luces sin distinción de colores; es lo que se "ve" en un horno oscuro. Cuando se lo calienta, pasa del negro al rojo, luego al blanco, y posteriormente al rojo-blanco. Toda esta luz es la luz absorbida por la materia y emitida de nuevo por ella. Tal ocurre con la "partícula de luz" (el hombre de luz) absorbida en el pozo oscuro (nafs ammâra) según Najm Kobrâ y Sohravardi, y que el fuego del dhikr obliga a liberar, a "emitir de nuevo". Esto es el cuerpo negro, el pozo u horno oscuro, "el negro";es la tiniebla de abajo, la infraconciencia o subconciencia. Por otra parte, hay una luz sin materia, que no es ya la luz que se hace visible porque una materia dada la absorbe y la restituye en la medida en que la ha absorbido. Es la tiniebla de arriba, el negro de la estratosfera, el espacio sideral, el cielo negro. En los términos de la mística correspondería a la luz del En-sí divino (nûrh-e dhât), luz negra delDeus absconditus, el Tesoro oculto que aspira a revelarse, "a crear la percepción para ser así, él mismo, objeto de su percepción", y que no puede manifestarse más que velándose en el estado de objeto. Ésta tiniebla divina no se relaciona, pues, con la tiniebla de abajo, la del cuerpo negro, la infraconciencia, (nafs ammâra). Es el cielo negro, la luz negra en la que se anuncia a la supraconciencia la ipseidad del Deus absconditus.




Nos es preciso entonces una metafísica de la luz cuyas vías serán trazadas por la experiencia espiritual de los colores en los místicos, especialmente, en el caso presente, entre los sufíes iranios. Su apercepción visionaria de las luces coloreadas postula la idea del color puro, que consiste en un acto de luz que actualiza su propia materia, es decir, que actualiza en grados diferenciados la potencialidad del "Tesoro oculto" que aspira a revelarse. Más segura y más directa que cualquier otra es la referencia que nos remite a la distinción establecida en uno de los grandes relatos místicos de Avicena, y señalada aquí desde el principio, entre las "tinieblas de las proximidades del polo" y las tinieblas que reinan en el "extremo occidente" de la materia. Estas últimas son aquellas cuyo comportamiento describe la física respecto de la luz; son las fuerzas de la oscuridad que retienen la luz y se oponen a su paso, las del objeto negro que la absorbe y que es designada, en la "teosofía oriental" de Sohravardi, por el antiguo y característico término iranio de barzakh (pantalla, barrera). Las "tinieblas en las proximidades del polo" son por el contrario la región de la "luz negra", que preexiste a toda materia, materia a la que ella misma actualizará para entrar en ella y convertirse en luz visible. Es entre la luz negra del polo y la oscuridad del cuerpo material negro donde realmente se instaura la antítesis y no simplemente entre la luz y la oscuridad de la materia. Entre el cuerpo material (tipificado, por ejemplo, en la nafs ammâra) del que la luz trata de escapar, y la luz negra prematerial (la Ipseidad divina) se extiende en altura todo el universo de las luces que, en su actualidad de luces, son hechas colores, en estado de vida y substancialidad autónomas.




Puesto que todo su esfuerzo tiende a liberar a esas luces de una materia que sería extraña a su acto y de la que caen cautivas, ni siquiera tienen que estabilizarse, para ser colores, en la superficie de un objeto que sería su prisión. Hay que imaginarse estas luces, hechas colores en su acto mismo de luz, creándose a sí mismas, creando su propia vida y su propia naturaleza, su forma y su espacio (esa spissitudo spiritualis, para retomar una expresión de Henry More, que es el lugar de las percepciones suprasensibles descritas por Najm Kobrâ y sus discípulos). Las luces puras (que forman, en Sohravardi, un orden doble: lomgitudinal y latitudinal, las "Madres" y los arquetipos) son, en el acto de luz que las constituye, constitutivas de su propia forma teofánica (mazhar). Los "actos de luz"(fotismos, ishrâqât) actualizan los receptáculos que la hacen visible. Por "luz sin materia" se entiende aquí la luz cuyo acto actualiza su propia materia (según Sohravardi, los cuerpos materiales nunca son razones suficientes de las propiedades que manifiestan). En relación con la materia del cuerpo negro, investida por las fuerzas de la oscuridad, por la tiniebla ahrimaniana, esto equivale sin duda a una inmaterializaciòn. Se trata, más exactamente, de la materia en el estado sutil (latîf), "etéreo", acto de la luz, no antagonista de la luz; es la incandescencia del mundus imaginalis ('âlam al-mithâl), mundo de las figuras y de las formas autónomas, Tierra celestial de Hûrqalyâ "que secreta ella misma su propia luz". "Ver las cosas en Hûrqalyâ", como dirán algunos shaykhs sufíes, es verlas en ese estado que sólo puede ser experimentado por la percepción de los "sentidos suprasensibles". Esta percepción no es la impresión pasivamente percibida de un objeto material, sino actividad del sujeto, es decir, la actividad condicionada por la fisiología del hombre de luz. Aquí se realizará espontáneamente el encuentro con la doctrina de Goethe de los "colores fisiológicos".




Veremos todavía que la "luz negra" es la de la Ipseidad divina en tanto que luz reveladora, quehace ver. Precisamente lo que "hace ver", es decir, la luz como Sujeto absoluto, no puede en ningún caso devenir objeto visible. En este sentido, la Luz de luces, (nûr al-anwâr), aquella por la que todas las luces visibles se constituyen como luces, es a la vez luz y tinieblas, es decir, visible por lo que hace ver, pero invisible en sí misma. En consecuencia, cuando se hable del color como mezcla de luz con la oscuridad, no habrá que entenderlo como mezcla con la sombra ahrimaniana, ni siquiera simplemente con la del objeto negro. Los siete colores hacen su aparición en el nivel del más transparente de los cuerpos. Esta mezcla hay que entenderla como relación del acto de luz con la potencialidad infinita que aspira a revelarse ("Yo era un tesoro oculto y quise ser conocido"), es decir, del acto epifánico con la noche del Absconditus. Pero esta noche divina es la antítesis de la tiniebla ahrimaniana; es la fuente de las epifanías de la luz que, posteriormente, la tiniebla ahrimaniana trata de engullir. El mundo de los colores en estado puro, los orbes de luz, es el conjunto de los actos de esta Luz que los hace luces y que no puede manifestarse más que por estos actos, sin ser nunca visible en sí misma. Y todos los receptáculos, todas las formas teofánicas que la luz crea en esos actos que la manifiestan, están siempre en correlación con el estado del místico, es decir, con la actividad de la "partícula de luz" en el hombre que trata de encontrar a su semejante. Quizá se entrevé la correlación que obliga a distinguir, por una parte entre la supraconciencia y la subconsciencia, y, por otra, entre la luz negra y el negro del objeto negro.











Henry Corbin:
"El hombre de luz en el sufismo iranio"