Nos queda ahora por considerar lo que puede denominarse adecuadamente el "espíritu del tantra", nuestra tercera categoría del preámbulo de este ensayo, ¿Cuáles son, pues, los criterios con los que reconocer a este espíritu, dondequiera que pueda darse? A su modo esta pregunta es importante en toda circunstancia y todo hombre con intereses espirituales puede sacar provecho de su respuesta, aun cuando su propia vía de realización no adopte una de las formas clasificadas como tántricas. Un breve exámen de esta cuestión nos proporcionará así una conclusión natural a las presentes consideraciones sobre la espiritualidad tántrica.
Esencialmente, se puede hablar de un sentido tántrico o de un espíritu tántrico (el primero sería la facultad que permite reconocer la presencia del segundo) en conexión con cualquier doctrina o método cuyo objetivo consciente sea la transmutación del alma humana de forma tal que permita a la verdadera inteligencia, al espíritu de la bodhi, emerger y tomar el mando. Este proceso es propiamente un proceso alquímico, por cuanto en realidad, ningún elemento del alma tiene que ser destruído o extirpado; la técnica tántrica consiste en poner en servicio todo lo que existe en ella, sin excepción, lo que a su vez implica la posibilidad de convertir todo lo que es bajo o impuro en algo puro y noble.
En la Europa medieval, como también en le mundo islámico, las ciencias alquímicas se basaban en esta idea; según el simbolismo mineral que empleaban, el plomo, el metal más bajo, tenía que ser transmutado, rápidamente o por etapas, en el metal solar, el oro. En el transcurso de este proceso otras sustancias simbólicas, especialmente el azufre y el mercurio, se hacían intervenir en diversas fases de la operación alquímica. Si en la edad media los ignorantes a veces atribuyeron a los alquimistas la intención literal de hacerse ricos fabricando oro del plomo, los historiadores de la ciencia moderna han exhibido una ignorancia similar al creer que la alquimia era simplemente un intento primitivo de hacer lo que hace el químico de hoy y que los diversos materiales a los que se referían los alquimistas eran lo que sus nombres indicaban y nada más. Gracias a unos pocos investigadores que se han tomado la molestia de estudiar los escritos alquímicos con la debida atención y con una mentalidad abierta, esta ciencia, hasta ahora no comprendida, tan próxima al tantra en su intención, ha sido depurada por fin de las toscas ideas falsas que se habían acumulado en torno a ella especialmente en los tiempos modernos.
Un punto particularmente importante que hay que observar, en conexión con la alquimia, es el reconocimiento, más allá de todas las diferencias aparentes, de una esencia común que une a las dos sustancias que encontramos al principio y al final del proceso transmutativo. Si resulta que el alquimista encuentra durante sus investigaciones plomo mezclado con otros metales, no lo desecha a la ligera, pues para su ojo dotado de discernimiento, su plúmbea opacidad ya enmascara su refulgencia potencial de oro puro. Por lo tanto, lo atesora igual que el resto, al tiempo que considera los medios apropiados para convertirlo en lo que debería ser por derecho; su actitud es típicamente no dualista y también lo es su técnica. De hecho algunos alquimistas han declarado que el plomo, o cualquier metal bajo, es esencialemente oro que ha caído enfermo; el oro es el plomo libre de todo rastro de enfermedad. Se podría establecer muy bien un paralelismo con esta afirmación, desde el lado del tantra, diciendo que un hombre mundano no es más que un buda enfermo. Un buda es un hombre que ha sido enteramente curado de su enfermedad existencial.
La idea de transmutación, en la que se basan todos los procesos alquímicos, ha ido acompañada de cierta actitud para con las concepciones éticas de la religión que, en el caso del tantra, cuenta entre las características que en ocasiones han provocado acusaciones de laxitud moral del tipo al que hemos aludido anteriormente en este ensayo. Esta actitud consiste en considerar incluso los vicios de una persona como una fuente de poder latente, como una virtud mal aplicada pero todavía utilizable si se conoce la manera correcta de tratarla; suprimir simplemente la expresión exterior de una tendencia viciosa, mediante un esfuerzo unilateral de la voluntad desarrollada en un estado de relativa inconsciencia, puede que no sea la manera más eficaz de librar al alma de la tendencia en cuestión, por no mencionar el peligro de dejar entrar otro mal peor con el fin de llenar un vacío creado en una sustancia psíquica aún no acondicionada para atraer a un elemento compensador de una dirección puramente espiritual.
La historia evangélica de los siete demonios que ocupan precipitadamente la casa dejada vacía por su único ocupante demoníaco anterior ofrece una vívida ilustración de este peligro concreto. El curador tántrico o alquímico basa ciertas de sus prácticas en el conocimiento de que, en comparación con la característica cualidad escurridiza del pensamiento humano, una pasión a menudo presenta un carácter relativamente simple y comprensible, lo cual permite utilizarla como materia bruta de una operación alquímica en sus primeras etapas; manejar provisionalmente un elemento pasional como medio para un fin declaradamente espiritual no implica una tolerancia de la pasión como tal y, todavía menos, ningún menoscabo de la virtud cuyo reflejo negativo o sombra es esa pasión. Todo lo que hace este curador es contemplar cualquier pasión particular en relación con el proceso de purificación considerado en conjunto, lo cual puede requerir a veces que sea tolerada provisionalmente por razones de equilibrio psíquico, aunque sin duda no se excusa en sí. Al verdadero practicante del tantra le interesa una regeneración total, nada menos; ésta es la razón por la que para él toda propiedad del cuerpo y de la mente tendrá su lugar propio en ella, y el arte consistirá en saber como poner cada cosa en su sitio, sin omisión o supresión de ningún factor utilizable, sean cuales sean las apariencias. Dejando a un lado los abusos individuales, es a la luz de este principio como deben juzgarse aquellas prácticas tántricas que han sido ocasión de escándalo para los moralistas convencionales; cualquiera que enfoque así el tema ya no necesitará más pruebas de que la tradición tántrica se preocupa tanto como la religión exotérica de la promoción y práctica de las virtudes. Lo único que ocurre es que su manera de buscar este fin va más allá de los síntomas, de la mera forma de los actos, pues en realidad le interesa más el medio en el que esos actos pueden surgir, al cual trata de transmutar a fin de que sólo la virtud pueda sobre vivir en él.
Una virtud para alguien que sigue un camino esotérico es fundamentalmente un modo de conocimiento o, para ser más precisos, un factor que predispone a la iluminación. De modo similar, un vicio será juzgado como un factor de ignorancia o como una causa de espesamiento del velo existencial existente entre el sujeto y la luz. Esta forma de considerar el bien y el mal es propiamente intelectual; la perspectiva habitual del mérito y el demérito es, en comparación, relativamente externa y dualista, pero no por ello enteremente falsa - en realidad está lejos de serlo -. Practicar una virtud es, pues, como limpiar una ventana del alma; dejarse ir a un vicio es como embadurnar de lodo esa misma ventana. Por esta razón la práctica de las virtudes no es menos importante para el que sigue la vía del conocimiento que para el hombre de acción o el hombre de piedad amorosa (para este último lo que cuenta es complacer u ofender al amado); nadie debe llevarse a engaño a este respecto por las referencias más o menos enigmáticas que se encuentran en los escritos tántricos acerca del hombre para quien la distinción entre el bien y el mal ha dejado de tener importancia.
No se puede encontrar, en una lengua europea, mejor descripción del tantra que la de llamarlo "ciencia alquímica del alma" por la cual el plomo de la existencia samsárica se transmuta en lo que ya es en principio, a saber, el oro de la bodhi que resplandece eternamente.
Marco Pallis: Consideraciones sobre la alquimia tántrica
Una virtud para alguien que sigue un camino esotérico es fundamentalmente un modo de conocimiento o, para ser más precisos, un factor que predispone a la iluminación. De modo similar, un vicio será juzgado como un factor de ignorancia o como una causa de espesamiento del velo existencial existente entre el sujeto y la luz. Esta forma de considerar el bien y el mal es propiamente intelectual; la perspectiva habitual del mérito y el demérito es, en comparación, relativamente externa y dualista, pero no por ello enteremente falsa - en realidad está lejos de serlo -. Practicar una virtud es, pues, como limpiar una ventana del alma; dejarse ir a un vicio es como embadurnar de lodo esa misma ventana. Por esta razón la práctica de las virtudes no es menos importante para el que sigue la vía del conocimiento que para el hombre de acción o el hombre de piedad amorosa (para este último lo que cuenta es complacer u ofender al amado); nadie debe llevarse a engaño a este respecto por las referencias más o menos enigmáticas que se encuentran en los escritos tántricos acerca del hombre para quien la distinción entre el bien y el mal ha dejado de tener importancia.
No se puede encontrar, en una lengua europea, mejor descripción del tantra que la de llamarlo "ciencia alquímica del alma" por la cual el plomo de la existencia samsárica se transmuta en lo que ya es en principio, a saber, el oro de la bodhi que resplandece eternamente.
Marco Pallis: Consideraciones sobre la alquimia tántrica
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