El empleo de las flores dentro del mundo simbólico se halla, como nadie ignora, muy difundido y se puede reconocer en la mayoría de las tradiciones. Asimismo es muy complejo. Por ello nos vamos a limitar a indicar algunos de sus significados más genéricos. Es evidente que, según se tome como símbolo tal o cual flor, el sentido ha de variar, al menos en sus modalidades secundarias, y también que, como ocurre generalmente en el simbolismo, cada flor puede tener en sí pluralidad de significaciones, vinculadas mutuamente por ciertas correspondencias.
Uno de sus sentidos claves es el que se refiere al principio femenino y pasivo de la manifestación, es decir a Prakrti, la sustancia universal. La flor equivale a otros muchos símbolos, entre los cuales uno de los más importantes es la copa. Como ella, la flor evoca por su forma misma la idea de "receptáculo" como lo es Prakrti para los influjos emanados de Purusha, y como se habla corrientemente del "cáliz" de una flor. Por otra parte, la apertura de la flor representa a la vez el desarrollo de la manifestación, considerada como producción de Prakrti. Este doble sentido es muy patente en el caso del loto, la flor simbólica por excelencia de Oriente, con su característica especial de abrirse en la superficie de las aguas. Esta flor, como hemos explicado en otro lugar, representa siempre el ámbito de determinado estado de manifestación, o la superficie de reflexión del "rayo celeste" que expresa el influjo de Purusha sobre ese ámbito para realizar las posibilidades contenidas potencialmente en él, envueltas en la indiferenciación primordial de Prakrti.
La recien indicada relación con la copa nos hace pensar, lógicamente, en el simbolismo del Grial en las tradiciones occidentales. Cabe realizar a este respecto una observación muy interesante: es sabido que, entre los diversos objetos que la leyenda asocia al Grial, figura especialemnte una lanza, que en la adaptación cristiana es la lanza del centurión Longinos con la que abrió la llaga del costado de Cristo de donde manaron la sangre y el agua recogidas por José de Arimatea en la copa de la Cena. No es menos cierto que dicha lanza, o alguno de sus equivalentes en las tradiciones anteriores al cristianismo, existía como símbolo complementario de la copa (1). La lanza, colocada verticalmente, es una de las figuras del "eje del mundo" identificable con el "rayo celeste" susodicho. Pueden recordarse asimismo, las socorridas afinidades del rayo solar con armas como la lanza o la flecha, sobre las que no podemos insistir en este trabajo. Por otra parte, en algunas ilustraciones, caen gotas de sangre de la lanza a la copa. Gotas que, en su sentido más inmediato, no son aquí sino la imagen de los influjos emanados de Purusha en el origen de la manifestación. Todo ello nos lleva directamente a la cuestión del simbolismo floral del que nos hemos alejado sólo en apariencia con las consideracíones anteriores.
En el mito de Adonis (que significa "el Señor"), cuando el héroe es herido de muerte por el colmillo de un jabalí, que desempeña aquí idéntica función que la lanza, su sangre derramada en tierra hace surgir una flor. Sin gran dificultad pueden hallarse ejemplos similares. En el simbolismo cristiano esto aparece igualmente: así, L. Charbonneau-Lassay ha señalado "un molde para hostias del siglo XII, en el que se ven gotas de la sangre de las llagas del crucificado que se transforman en rosas, y la vidriera del siglo XIII de la Catedral de Angers con la sangre divina fluyendo en arroyuelos que se abren, asimismo, en forma de rosas"(2).
La rosa es en Occidente, junto con el lirio, uno de los equivalentes más habituales de lo que es, en Oriente, el loto. Da la sensación en este caso de que el simbolismo de la flor es referido sólo a la producción de la manifestación (3) y que Prakrti se encuentre más bien representada por el suelo mismo que la sangre vivifica. Pero hay otros casos en los que parece ser de otro modo. En el artículo citado, Charbonneau- Lassay reproduce un diseño bordado en una sacra del altar de la abadía de Fontevrault, de la primera mitad del siglo XVI, que se conserva en el Museo de Nápoles; en él se ve la rosa al pie de una lanza dispuesta verticalmente y a lo largo de la cual llueven gotas de sangre. Esrta rosa está allí asociada a la lanza igual que lo está la copa en otros casos, y ciertamente da la sensación de recoger gotas de sangre más que de provenir de la transformación de una de ellas. Es evidente que ambos significados no se oponen en absoluto sino que más bien se complementan. Las gotas, al caer sobre la rosa, la vivifican y la hacen abrirse. De hecho, este papel simbólico de la sangre siempre tiene su razón de ser en la relación directa de ella con el principio vital, trasladado aquí al orden cósmico. Esa lluvia de sangre es comparable al "rocío celeste" que, según la doctrina cabalística, emana del "árbol de la vida", otra figura del "eje del mundo", y cuyo influjo vivificante está vinculado a la idea de la redención cristiana. El rocío desempeña, por último, un papel preponderante en el simbolismo alquímico y rosacruz.
Si la flor se considera como representación del desarrollo de la manifestación, también puede relacionarse con otros símbolos. De ellos habrá que destacar especialmente el de la rueda, que se halla prácticamente en todas las tradiciones, con un número de rayos variable en función de lo figurado, pero siempre con un valor simbólico particular de por sí. Las ruedas más habituales son de seis y de ocho rayos. La "ruedecilla" celta, perpetuada a través de casi toda la Edad Media occidental, aparece en alguna de estas dos formas. Las mismas imágenes, sobre todo la segunda, se encuentran con gran frecuencia en los paises orientales, particularmente en Caldea y Asiria, en la India y en el Tibet. Ahora bien, la rueda es siempre, ante todo, un símbolo del mundo. En el lenguaje simbólico de la tradición hindú, se habla constantemente de "la rueda de las cosas" o de "la rueda de la vida", lo que corresponde netamente a dicho significado. Las alusiones a "la rueda cósmica" no son menos frecuentes en la tradición extremo - oriental. Todo esto es suficiente para establecer el estrecho parentesco de tales figuras con las flores simbólicas, cuya apertura es una irradiación en torno al centro, ya que ellas son también figuras "centradas". Se sabe que en la tradición hindú el mundo se representa a veces en forma de loto en cuyo centro se eleva el Mêru, la "montaña polar". Se dan correspondencias manifiestas que refuerzan aún más la relación entre el número de pétalos de algunas de esas flores y el de los rayos de la rueda: por ejemplo, el lirio tiene seis pétalos y el loto, en las representaciones más comunes, ocho, de modo que se corresponden respectivamente con las ruedas de seis y de ocho rayos susodichas (4). En lo que respecta a la rosa, dibujada con un número variable de pétalos, advertiremos tan sólo y de modo general, que los números cinco y seis se refieren respectivamente al "microcosmos" y al "macrocosmos". Es más, en el simbolismo alquímico, la rosa de cinco pétalos situada en el centro de la cruz que representa los cuatro elementos, es a su vez, como lo hemos señalado en otro estudio, el símbolo de la "quintaesencia", la cual desempeña en relación a la manifestación corporal un papel análogo al de Prakrti.
Por último, mencionaremos el parentesco de las flores de seis pétalos y de la rueda de seis rayos con algunos símbolos no menos difundidos, como el "crismón", sobre él volveremos en otra ocasión (5). Por ahora, nos basta haber mostrado las dos similitudes más importantes de los símbolos florales: con la copa, referidos a Prakrti, y con la rueda referidos a la manifestación cósmica. Por otra parte la relación entre estos dos significados es, al fin y al cabo, una relacion de principio a consecuencia, en cuanto Prakrti es la raiz misma de toda manifestación.
René Guénon:
"Símbolos fundamentales de la ciencia sagrada"
Notas:
(1) Véase "El rey del Mundo", cap V. Entre los diferentes casos de uso simbólico de la lanza destacaríamos curiosas semejanzas hasta en detalles como éste: entre los griegos la lanza de Aquiles curaba las heridas causadas por ella; la leyenda medieval atribuye la misma virtud a la lanza de la pasión.
(2) Valga recordar la representación de las cinco llagas de Cristo con cinco rosas, una de ellas sita en el centro de la cruz y las otras cuatro entre los brazos, conjunto que constituye así mismo uno de los principales símbolos de los Rosacruces.
(3) Debe quedar bien claro para que esta interpretación no dé lugar a ninguna clase de objeciones, que existe una relación muy estrecha entre "creación" y "Redención", que no son en suma sino dos aspectos de la operación del Verbo Divino.
(4) La rueda, además, se encuentra muy amenudo figurada en las iglesias románicas, y la misma roseta gótica, cuyo nombre la asimila a los símbolos florales, parece derivada de aquella, de suerte que se vincularía así, por una filiación ininterrumpida, con la antigua "ruedecilla" celta.
(5) L. Charbonneau - Lassay ha subrayado el nexo entre la rosa y el crismón en una figura de ese tipo tomada de un ladrillo merovingio; la rosa central tiene seis pétalos orientados según las ramas del crismón; además, éste se halla inscrito en un círculo, lo que demuestra claramente su identidad con la rueda de seis rayos.
No hay comentarios:
Publicar un comentario