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23 febrero 2011

El fantasma matemático






Frente a la infinita riqueza del mundo material, los fundadores de la ciencia positiva seleccionaron los atributos cuantificables: la masa, el peso, la forma geométrica, la posición, la velocidad. Y llegaron al convencimiento de que "la naturaleza está escrita en caracteres matemáticos" cuando lo que estaba escrito en caracteres matemáticos no era la naturaleza, sino la estructura matemática de la naturaleza, perogrullada tan ingeniosa como la de afirmar que el esqueleto de los animales tiene siempre caracteres esqueléticos.





No era, pues, la infinitamente rica naturaleza la que expresaban esos cientistas con el lenguaje matemático, sino apenas su fantasma pitagórico. Lo que conocíamos así de la realidad era más o menos como lo que un habitante de París puede llegar a conocer de Buenos Aires examinando su plano, su cartografía y su guía telefónica; o, más exactamente, lo que un sordo de nacimiento puede intuir de una sonata examinando su partitura.






La raíz de esta falacia reside en que nuestra civilización está dominada por la cantidad y ha terminado por parecernos que lo único real es lo cuantificable, siendo lo demás pura y engañosa ilusión de nuestros sentidos. Un ejemplo típico de este proceso mental lo constituye el Principio de Inercia, intuido por Leonardo y descubierto -¿o inventado?- por Galileo. Si se arroja una bolita sobre una mesa horizontal, con cierto impulso, la bolita se mueve durante cierto tiempo, hasta detenerse a causa del roce. Galileo concluye: en una mesa infinitamente extensa y pulida, desprovista de roce, el movimiento perduraría por toda la eternidad.







Ésta es una muestra de cómo los cientistas son capaces de entregarse a la imaginación más desenfrenada en vez de atenerse, como pretenden, a los hechos. Los hechos indican, modestamente, que el movimiento de la esferita cesa, tarde o temprano. Pero el cientista no se arredra y declara que esta detención se debe a la desagradable tendencia de la naturaleza a no ser platónica.






Pero como la ley matemática confiere poder y como el hombre tiende a confundir la verdad con el poder, todos creyeron que los matemáticos tenían la clave de la realidad.Y los adoraron. Tanto más cuanto menos los entendían.







El poeta nos dice:




El aire el huerto orea
y ofrece mil olores al sentido;
los árboles menea
con un manso ruido
que de el oro y del cetro pone olvido.





Pero el análisis científico es deprimente, como los hombres que ingresan en una penitenciaría las sensaciones se convierten en números: el verde de los árboles ocupa una banda del espectro luminoso en torno de las 5000 unidades Amstrong; el manso ruido es captado por micrófonos y descompuesto en un conjunto de ondas caracterizadas por un número; en cuanto al olvido del oro y del cetro, queda fuera de la jurisdicción de la ciencia, porque no es susceptible de convertirse en números. El mundo de la ciencia ignora los valores.



Un geómetra que rechazara el teorema de Pitágoras por considerarlo perverso tendría más posibilidades de ser admitido en un manicomio que en un congreso de matemáticos. Tampoco tiene sentido científico una frase como: "tengo fe en el principio de conservación de energía". Muchos cientistas hacen afirmaciones de ese género, pero se debe a que construyen la ciencia como simples hombres, con sus sentimientos y pasiones, no como cientistas puros.






En la elaboración de la ciencia el hombre opera con esa intrincada mezcla de ideas puras, sentimientos y prejuicios que caracteriza a su condición; investiga acicateado por manías de grandeza, por preconceptos éticos o estéticos, por empecinamiento o por ese vanidoso amor a sí mismo que suele llamarse Amor a la Humanidad.



Pero aunque los sentimientos o los juicios de valor intervengan en la elaboración de la ciencia, nada tienen que hacer con la ciencia hecha. Giordano Bruno fue quemado por emitir exaltadas frases en favor de la infinitud del Universo, y es explicable que haya sufrido el suplicio en tanto que poeta; sería penoso que haya creído sufrirlo en su condición de hombre de ciencia por que en tal caso habría muerto por una frase fuera de lugar. La muerte de Bruno pertenece a la Historia de las Persecuciones y hasta a la Historia de la Ciencia; jamás a la ciencia misma.



Cualquier cientista consecuente se negará a hacer consideraciones sobre lo que podría haber más allá de la estructura matemática: si lo hace, deja de ser hombre de ciencia en ese mismo instante, para convertirse en religioso, metafísico o poeta. La ciencia estricta - la ciencia matematizable - es ajena a todo lo que es más valioso para el ser humano: sus emociones, sus sentimientos, sus vivencias de arte o de justicia, sus angustias metafísicas. Si el mundo matematizable fuera el único verdadero, no sólo sería ilusorio un castillo soñado, con sus damas y juglares: también lo serían los paisajes de la vigilia, la belleza de un lied de Schubert, el amor. O por lo menos sería ilusorio lo que en ellos nos emociona.




"Hombres y engranajes"
Ernesto Sabato










Puedes escuchar música de Thomas Tallis a continuación:
"O Nata Lux"










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