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06 diciembre 2011

¿Qué es el simbolismo?








Los siete Cielos y la tierra,
y todo lo que hay en ellos Lo glorifican,
y no hay nada que no Lo glorifique con alabanzas;
pero vosotros no entendéis su glorificación.

Corán, XVII: 44 





El Versículo citado es una respuesta a la pregunta del título; además, justifica hasta cierto punto el escribir este capítulo, ya que la glorificación que una cosa hace de Dios - y que vosotros no entendéis - es precisamente su simbolismo. Esto puede decirse del "dicho sagrado" islámico (llamado así porque en él la Divinidad habla por boca del Profeta): Yo era un Tesoro oculto, y quise ser conocido, por eso creé el mundo. Así pues, el universo y su contenido fueron creados para dar a conocer al Creador y dar a conocer lo bueno, es alabarlo; la manera de darlo a conocer es reflejarlo o dibujar su sombra, y un símbolo es el reflejo o sombra de una realidad superior.



También puede derivarse la doctrina del simbolismo a partir de otros versículos en los que el Corán afirma que hasta la más mínima cosa ha sido envidada según una medida finita desde los Depósitos o Tesoros del Infinito, enviada más como un préstamo que como un regalo, pues nada aquí abajo puede durar, y todo debe volver al final a su Fuente suprema. En otras palabras, el Arquetipo es siempre el Heredero que hereda el símbolo en el cual Él mismo Se ha manifestado: No hay nada cuyos tesoros no estén con Nosotros, y no lo enviamos sino con medida calculada... y en verdad somos Nosotros quienes damos la vida y damos la muerte, y somos el Heredero (XV: 21,23). Podemos asimismo citar la siguiente definición coránica de la Divinidad: Él es el Primero y el Último, y el Exteriormente Manifiesto y el Interiormente Oculto (LVII: 3). El primero, el segundo y el cuarto de estos nombres tienen relación con el Tesoro oculto. El Exteriormente Manifiesto, por otro lado, se explica parcialmente con las palabras: Dios no creó los cielos y la tierra y cuanto hay entre ellos sino con la Verdad y con un término fijado (XXX: 8).Puede decirse, pues, que el tejido todo de la creación es una trama de Eternidad y fugacidad, de Infinitud y finitud, de Absolutidad y relatividad.



El hombre mismo tal como fue creado - el Hombre Verdadero, como lo llaman los taoístas - es el más grande de los símbolos terrenales. La doctrina universal de que fue hecho a imagen de Dios (Génesis I: 27) apunta a esa preeminencia: el hombre es el símbolo de la suma de todos los atributos, es decir, de la Naturaleza divina en su Totalidad, la Esencia, mientras que las criaturas animadas e inanimadas de la naturaleza a su alrededor reflejan sólo un aspecto, o algunos aspectos, de aquella Naturaleza.  



Tomados juntos, todos estos símbolos constituyen el gran mundo exterior, el macrocosmos, cuyo centro es el hombre, como representante de Dios en la tierra; y ese centro mismo es un mundo pequeño, un microcosmos, análogo punto por punto al macrocosmos, que constituye, como él, una imagen total del Arquetipo. 



Es por medio de su centro como un mundo se abre a todo aquello que lo trasciende. Para el macrocosmos, el hombre es dicha apertura; para el microcosmos, es centro el Corazón del hombre. No el órgano corporal de este nombre, sino la facultad central de su alma, que, dada su centralidad, debe considerarse por encima y más allá del ámbito psíquico. La apertura del Ojo del Corazón, o el despertar del Corazón, como lo llaman muchas tradiciones, el lo que distingue al hombre primordial - y por extensión al Santo - del hombre caído. La importancia de esta apertura interior puede comprenderse a partir de la relación entre el sol y la luna, que simbolizan respectivamente el Espíritu y el Corazón: así como la luna mira hacia el sol y transmite algo de su irradiación a la oscuridad de la noche, así el Corazón transmite la luz del Espíritu a la noche del alma. El Espíritu mismo está abierto a la Fuente suprema de toda luz, manteniento, para alguien cuyo Corazón esté despierto, una continuidad entre las cualidades divinas y el alma, un rayo que desde Ellas pasa a través del Espíritu hasta el alma, desde la cual se difunde en refracción múltiple por los diversos canales de la sustancia psíquica. Las virtudes que de esta manera se imprimen en el alma no son, pues, sino proyecciones de las Cualidades, e inversamente, cada una de estas imágenes proyectadas se halla consagrada por la intuición de su Arquetipo divino. En cuanto a la mente, con su razón, imaginación y memoria, una cantidad de la "luz de luna" que recibe del Corazón para hasta los sentidos y, por ellos, en último lugar, hasta los objetos exteriores que estos ven, oyen y sienten. En este contacto extremo, el rayo invierte su dirección, pues las cosas del macrocosmos son reconocidas como símbolos, es decir, como manifestaciones emparentadas con el Tesoro oculto, cada una de las cuales tiene su equivalente en el microcosmos. Dicho de otra manera: todo era transparente para el hombre primordial, tanto lo interior como lo exterior; al percibir un símbolo percibía su Arquetipo. Era, pues, capaz de regocijarse de estar exteriormente rodeado e interiormente adornado por Presencias divinas.



Comer el fruto del árbol prohibido fue vincularse al símbolo por sí mismo, dejando de lado su significado superior. Esa violación de la norma limitó el acceso del hombre a su centro interior, y el consiguiente enturbamiento de su visión le impidió seguir cumpliendo su función de mediador entre el Cielo y la tierra. Pero a la caída del microcosmos, el macrocosmos permaneció incólume, y aunque sus símbolos se habían vuelto menos transparentes para la percepción del hombre, conservaron en sí mismos su perfección original. Sólo el hombre primordial le hace justicia a esa perfección, pero al mismo tiempo es independiente de ella, por ser él mismo un símbolo de la Esencia divina, que es absolutamente Independiente de las Cualidades divinas. El hombre caído tiene por otro lado una lección que aprender del gran mundo exterior que lo rodea: sus símbolos le ofrecen una iluminación que le servirá de guía en su camino de regreso hacia lo que ha perdido, pues la perfección de aquellos puede estimular el perfeccionamiento de las correspondencias que dentro de él han sufrido los efectos de la Caída. Las nubes del macrocosmos nunca son permanentes, vienen y van; las luminarias brillan todavía, y las direcciones del espacio no han perdido nada de su inmensidad. Pero en el hombre caído el alma ya no es la vasta extensión del Infinito que estaba destinada a ser, y el firmamento interior se halla velado. Este velo es el resultado decisivo de la Caída, que no interrumpió la comunicación entre alma y Espíritu, entre la percepción humana y los Arquetipos, sino que interpuso una barrera más o menos opaca (cada vez más opaca por lo que toca a la mayoría, pues este aumento es la degeneración gradual que tiene lugar inevitablemente a lo largo de cada ciclo de tiempo). Pero en el contexto de nuestro tema la barrera puede y debe ser descrita como más o menos transparente, ya que sería ocioso hablar de simbolismo si no pudiera haber al menos una intuición, por débil que fuera, de los Arquetipos. Además, la ciencia de los símbolos está íntimamente relacionada con el camino de regreso, que, al ir en contra de la corriente cíclica, equivale a un aumento de la transparencia.



Si bien los símbolos del macrocosmos, tomados en su conjunto o por separado, le recuerdan al viajero espiritual la perfección perdida del hombre, podría decirse que los recordatorios más directos son los microcósmicos, es decir, el Hombre Verdadero mismo, personificado por los Profetas, los Santos y, más inmediatamente, el Maestro espiritual vivo. Pero aunque sin cuda hay en esto mucha verdad, sería una simplificación reducir en algún sentido absoluto los símbolos macrocósmicos a un segundo lugar en cuanto a su importancia espiritual para el hombre, ya que mucho dependerá del individuo y de las circunstancias. Además, la alteridad, al igual que la semejanza, tiene su propio impacto especial. El Corán afirma la eficacia de ambos: Les mostraremos Nuestros signos en los horizontes y dentro de ellos mismos (XLI: 53).



Consideremos por ejemplo la virtud de la dignidad, que puede describirse como majestad en reposo y que el hombre, para ser fiel a su anturaleza, debe tratar de perfeccionar en sí mismo junto con las otras virtudes que reflejan las otras Cualidades divinas. El cisne encarna sólo un aspecto en particular de la dignidad, pero lo hace a la perfección, y aislando así esa perfección se convierte para el hombre en una impresión limpiamente definida que es más irresistible por presentarse en una modalidad no-humana, es decir, en una modalidad que está más allá de nuestro alcance. Este mismo hecho de situarse "más allá" puede prestar alas, desde el punto de vista del observador, para el retorno al Arquetipo. Lo mismo puede decirse de todos los grandes símbolos terrenales no humanos, como el cielo, la llanura, el océano, el desierto, la montaña, la selva, el río y cuanto ellos abarcan, cada cosa una "palabra" elocuente de esa lengua compartida por los miembros de las razas blanca, amarilla y negra.



Dado que nada puede existir sino en virtud de su raíz divina, ¿quiere esto decir que todo es un símbolo? La respuesta es sí y no, sí por la misma razón dada, y no porque "símbolo" quiere decir "señal" o "prenda", lo cual implica un poder operativo de evocar algo, precisamente su Arquetipo. Podemos decir a la luz del versículo citado al comienzo, y no hay nada que no Lo glorifique con alabanzas, que el que algo pueda ser llamado simbólico o no dependerá de sí la "alabanza" es fuerte o débil. La palabra símbolo se reserva normalmente para lo que es especialmente impresionante en su "glorificación".




Martin Lings: "¿Qué es el simbolismo?"














Aquí puedes escuchar música iraní: 



Shashram Nazeri







Iranian sounds of peace








2 comentarios:

Jan dijo...

Martín Lings me ha proporcionado horas de lectura con las que he disfrutado mucho. Este fragmento que recoges de uno de los capítulos de "Símbolo y Arquetipo" es una buena síntesis sobre la idea del símbolo en el contexto tradicional. Hace un tiempo también dediqué una entrada a un escrito de este autor perteneciente a su trabajo "El secreto de Shakespeare" con el título de "La Tempestad", en la que desarrolla una interesante interpretación alquímica de la obra del célebre dramaturgo.
Una satisfacción encontrar sintonía y afinidad de intereses en otros blogs. Después de dar una vuelta por aquí veo que hay bastantes. Seguiré a partir de ahora todas tus actualizaciones.

Saludos cordiales

Asia dijo...

Gracias por tu participación y por tu estupendo blog.

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